Porque para mì el èxito consiste en ir de fracaso en fracaso sin desesperarse y tomàndolo con humor. Te invito a reìr conmigo de mi misma.



lunes, 22 de febrero de 2010

Un fugaz encuentro con la fatalidad

Una noche de verano, mientras vacacionàbamos en la Costa Atlàntica, mi hermana, mi tìa y yo observàbamos entretenidamente y con gran interès aquella gigantesca rueda de metal colorida ubicada en un recinto de juegos y entretenimientos, la cual giraba y saltaba sin parar arrastrando de forma circular en su interior a jòvenes aventureros (y algunos que no lo eran tanto) con enormes sonrisas y ruidosas manifestaciones de alegrìa. Parecìan estar disfrutàndolo realmente, sobre todo, aquellos que desafiaban la gravedad y la inmunidad a los mareos, exhibiendo peligrosos y osados pasos de baile en el centro captando la atenciòn de todos los que pasaban por la calle.
Anteriormente, habìa partipado en varias ocasiones de aquel divertimento popular, y lo habìa disfrutado realmente recibiendo una gran dosis de adrenalina, necesaria cada tanto. Hasta recordè que en una ocasiòn tuve la suerte de encontrar dinero al salir.
La tentaciòn al ver aquella imagen fue creciendo hasta que en un instante se cruzaron nuestras miradas y supimos lo que harìamos a continuaciòn: subir al samba.
La interminable fila ante la boleterìa del juego nos entusiasmaba cada vez màs con la travesìa que emprenderìamos y la impaciencia se hacìa notar.
Finalmente llegò nuestro turno. Nos acomodamos las tres juntas sobre la rueda tapizada y nos aferramos al barral que se extendìa a nuestras espaldas con ambos brazos. Intentè pegar el cuerpo al asiento lo màs posible y mis pies dejaron de tener apoyo en el suelo. Abajo, entre la multitud mis padres saludaban efusivamente y sacaban fotos para recordar aquello como si se tratase de algùn gran acontecimiento. Ràpidamente la gente fue llenando el asiento hasta que no quedò un solo lugar y por fin aseguraron la pequeña compuerta. Las luces de colores se movìan sobre nuestras cabezas y la mùsica elevada nos predisponìa a pasar la experiencia con màs entusiasmo. El operador de la màquina accionò el mecanismo y comencè a sentir una pequeña brisa en la cara producto del inicio de un suave giro. Nos miramos sonrientes y nuestra pequeña vista comenzò a ampliarse a un giro de 360 grados en forma continua y cada vez màs veloz. Todo iba bien, nada de ese singular juego parecìa estar fuera de los paràmetros normales hasta que el operador pareciò sufrir un brote de locura asesina......
La rueda empezò a sacudirse ferozmente y nuestros rostros respondieron cambiando la sonrisa por una lìnea de preocupaciòn. La gente que reìa a carcajadas ahora gritaba desaforadamente al igual que yo pero al parecer nuestros sonidos no comunicaban exactamente lo mismo, ellos gritaban por la euforia del momento y yo por un miedo aterrador. Jamàs habìa experimentado tal sacudida en toda mi vida, poco a poco sentì como mis manos empezaron a ceder ante el barral. Intentè decirle a mi hermana que estaba resbalàndome pero entre el griterìo y la mùsica no pudo entenderme, lo mismo sucediò con mi tìa, reìan y gritaban alegremente al unìsono mientras yo perdìa fuerzas en las brazos. De pronto el maniàtico de la palanca detuvo la rueda de forma inclinada estando nosotras en la curvatura de la parte superior. Ahora no sentìa el asiento porque estaba totalmente colgada del barral y los empellones de la rueda me golpeaban contra el tapizado. En ese momento un loco de remate no tuvo la mejor idea que demostrar su valentìa dirigièndose al centro y provocar aùn màs al lunàtico de la palanca que con sus movimientos querìa derribarlo a toda costa. Gritaba suplicando que detuvieran la tortura con las primeras làgrimas de pànico en lo ojos mirando hacia abajo y calculando a cual de todos los que estaban sentados al otro lado del cìrculo aplastarìa en cuanto cayera y cuantos huesos rotos costarìa.
Cuando quede suspendida en el aire sostenièndome con un solo brazo a punto de ceder mi hermana tomò conciencia del asunto y mi tìa comenzò a patalear y a gritar haciendo señas al que estaba en el cubìculo para que detuviera el juego mientras el tipo totalmente enceguecido continuaba ensañado con el diestro bailarìn a prueba de sacudones. Finalmente lograron captar su atenciòn o quizàs haya desviado su mirada hacia la desgracia que estaba a punto de ocurrir. Nivelò la rueda en forma horizontal y con sus ùltimas vueltas leves dejò descansar al gigante. Apresuradamente quise bajar en cuanto quitaron el seguro a la pequeña abertura abrièndome paso a codazos entre la gente alegre que comentaba la gran experiencia y el bailarìn que hacìa alarde de su triunfo nuevamente.
A partir de esa noche jurè que jamàs volverìa a subirme otra vez advirtiendo a mi familia totalmente incrèdula de que ese juego es totalmente peligroso. Ahora lo miro de lejos disfrutando de forma segura còmo el resto pone en riesgo su vida, esperando atentamente alguna desgracia, que hasta el dìa de hoy jamàs he visto. Comienzo a sospechar que la ùnica desgracia que existe es la que me acompaña a mi de sol a sombra de forma inseparable, y temo porque algùn dìa llegue a comprobar que mi teorìa sea cierta.

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