Porque para mì el èxito consiste en ir de fracaso en fracaso sin desesperarse y tomàndolo con humor. Te invito a reìr conmigo de mi misma.



jueves, 11 de febrero de 2010

Pànico escènico

Las experiencias sociales a la que uno es expuesto durante la niñez, son aquellas que tambièn van modelando poco a poco nuestra personalidad futura. Tengo memoria de varios momentos que emergen en forma muy clara y que se destacan del resto, borroneados por el paso del tiempo. Pero en esta oportunidad relatarè uno que quizàs haya sido el puntapiè inicial de una actitud temerosa a la exposiciòn masiva: mi primer visita al circo.
La butaca gigantesca que ocupaba como espectadora demasiado cerca del escenario demostraban que era pequeña. A los tres años mis padres decidieron que era una buena edad para experimentar un show de circo. Ahì estaba yo, con mi barriga prominente levemente descubierta por el tironeo de alguna remera que evidentemente ya no era de mi talle, los infaltables bucles en forma de resorte y mi cara de desconcierto (esto lo puedo afirmar gracias a una fotografìa que guardo de aquel dìa). Era uno de esos circos que sòlo tenìan nùmeros de payasos, malabaristas y equilibristas, sin animales de por medio. Llegado un momento, el payaso que llevaba el espectàculo anunciaba que se llevarìa a cabo un concurso de baile con parejas de niños, y que el dùo ganador tendrìa un fabuloso premio. En ese momento sentì la mano de mi padre en la espalda que me empujaba hacia adelante, demasiado entusiasmado por la idea de observarme debutar sobre "las tablas", mientras yo sacudìa mi cabeza comunicàndole mi rotunda negaciòn. Un enorme escalòn adornado con focos multicolores que se encendìan en forma simultànea, demasiado alto para poder atravesar, me separaban de la temible situaciòn, y justo cuando me dignaba a pegar la media vuelta alguien me lleva en volandas hacia el escenario: el horrendo payaso conductor que me deposita en el suelo nuevamente, miràndome a la cara con una sonrisa casi macabra. Con su mano enguantada estira uno de mis rulos hacia abajo para luego dejarlo escapar. El rulo no tuvo mejor idea que rebotar en mi cara y acabar metido en mi ojo y con el otro ojo que no estaba empañado por las làgrimas pude ver como el culpable ponìa su mejor cara de "yo no fui" y me daba unas palmaditas en la cabeza para alejarse y continuar con su show. A partir de allì todo sucediò demasiado ràpido. La gente aplaudìa a mansalva, y pude ver a mis padres sentados muy cerca saludando con una sonrisa de oreja a oreja, mi papà haciendo ademanes torpes e incitàndome a que moviera el esqueleto. Los focos de las luces en la cara no me dejaban ver demasiado el pùblico, sòlo cabezas y màs cabezas apiladas una sobre otra y algunas manos que se agitaban salìan desde la oscuridad. De pronto una mùsica comienza a sonar. Un niño no mucho màs alto que yo se acerca y me extiende sus manos invitàndome a formar pareja con èl. En ese momento caì en la cuenta de que no era la ùnica allì arriba, varios niños correteaban buscando su compañero porque ya comenzaba el concurso. No estoy totalmente segura cuàl habrà sido el motivo, pero en cuanto las palmas alentadoras comenzaron a sonar comencè a moverme inconscientemente como una poseìda. Me sentì como una marioneta cuyo titiritero habìa enloquecido o sufrido un ataque de espasmos en plena funciòn. Finalmente acabò la mùsica, y formados en filas uno al lado del otro, fueron midiendo con un aplausòmetro imaginario el puntaje de las distintas parejas de bailarines.
Sentì un gran alivio cuando nuevamente el payaso conductor (ahora menos horrible que antes) me acercaba a mis padres con sus brazos llevando en mi mano el premio ganador.
Al cabo de un rato perdì el interès por el premio, un pequeño Pitufo extraño hecho con espumina que nunca supe si era para jugar o para bañarse; pero la sonrisa de mis padres perdurò a lo largo del tiempo y aùn hoy vuelve a dibujarse en sus rostros cuando recuerdan con añoranza aquel dìa.

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