Porque para mì el èxito consiste en ir de fracaso en fracaso sin desesperarse y tomàndolo con humor. Te invito a reìr conmigo de mi misma.



domingo, 28 de febrero de 2010

Nostalgia de una jardinera

Mañana, por primera vez luego de las extensas vacaciones, miles de guardapolvos saldràn a la calle luego de estar arrinconados colgando de una percha en el fondo del placard... Miles, menos el mìo. Este seguirà durmiendo largamente hasta que un nuevo jardìn me abra sus puertas y asì volver a cobrar vida..... y asì llenarse otra vez de abrazos pequeños y tibios, de pegotes, manchas, tiza, masa.......
Mañana, cientos de trenes imaginarios volveràn a partir llenos de canciones y risas...... Cientos, menos el mìo. Este seguirà estacionado en el andèn esperando que un nuevo jardìn le preste sus vìas para volver a correr alegre y lleno de vida.
Mañana, muchos jardines abriràn sus puertas a caras nuevas que con sonrisas y otras con làgrimas y pucheros por tener que soltar la mano de papà y mamà, entraràn para vivir tantas horas inolvidables.... Muchos, menos el mìo. El jardìn que me abrigò durante tantos inviernos y me dejò llevarme tantos besos, sonrisas y caricias, cerrò sus puertas para siempre y vivirà sòlo en nuestros recuerdos, en los recuerdos de aquellos que juntos tantos momentos hermosos pudimos compartir.
Mañana, tantos comenzaràn un nuevo ciclo, un nuevo año, un nuevo empezar....... Tantos, menos yo.

Relato de un suceso inexplicable

Nunca fui una persona a la que le sucedieron grandes cosas en la vida, o que lleva en su haber històrico cientos de momentos apasionantes, excitantes, alocados o que merecen la pena recordarlos para presumir ante los demàs, pero este suceso en particular fue uno de los pocos que quedaron grabados en mi memoria con lujo de detalles y extrema claridad tal como si ayer hubiera ocurrido, por su gran rareza y su falta de fundamentos a la hora de justificarlo racionalmente. Y debo decir que aunque lo que lean a continuaciòn suene a inventos de una persona con escasos jugadores en su plantel, lo que contarè es una historia historia verìdica.
Invierno. Siete y cuarto de la mañana. Clima complicado por una lluvia casi torrencial. Estaba yo en la esquina de mi casa un dìa de la semana, no recuerdo exactamente cuàl, esperando el dichoso colectivo que se hacìa rogar como casi todas las mañanas, sòlo que en esa en particular, su llegada era indispensable para no morir estampada en algùn lugar a causa de los embates del viento casi huracanado y la copiosa lluvia que no cesaba. En esa època estaba cursando la escuela secundaria. Ustedes se preguntaràn, ¿Y con semejante clima se arriesgò a salir y no sòlo eso, sino a salir para ir a la escuela? Sì señores, asì era yo. Mi extremo compromiso con el estudio era tal que mi familia me apodò Sarmiento. Eran escasas las faltas en mi cuaderno de comunicaciones, y la razòn..... No la sè. Siempre fui una persona extraña y esa era una de mis peculiaridades. En medio de la oscuridad invernal no percibìa señales de vida alguna, los pasajeros que normalmente encontraba en mis viajes matutinos habìan desertado temporalmente. Una tenue luz proveniente del foco ubicado en el cruce de las cuatro esquinas iluminaba la garita en la que me encontraba, a pesar de sus movimientos oscilantes. La cortina de agua cambiaba de direcciòn constantemente y mis pies empezaron a dejar de estar secos. Analizando la situaciòn en la que me encontraba, la duda comenzò a hacer su trabajo haciendo tambalear mi desiciòn de asistir a clases ese dìa. Fue justo en ese momento que vi la luz salvadora, los focos que iluminaron mi figura cada vez con màs potencia y màs cercanìa. Intentè acercarme lo màs posible al borde de la vereda, dudando que el conductor me viera si me quedaba donde estaba, hasta se me cruzò por la mente que quizàs el chofer pensarìa que estaba loca intentando ir al colegio bajo esas condiciones. Pero al acercarse el vehìculo pude distinguir, cuando casi se encontraba delante de mi narìz, que no era el anhelado colectivo sino un micro escolar. Di unos pasos hacia atràs pensando hasta cuando deberìa esperar, y casi a punto de decidir regresar a casa, cuando algo inesperado sucediò que me tomò totalmente por sorpresa, el micro escolar se detuvo y frente a mi se abriò la puerta de ascenso. Un hombre entrado en años iba al volante con su mujer y su hija, tambièn vestida con uniforme de colegio (no sè si eran familiares pero a mi se me cruzò esa idea al ver a los tres juntos). El resto del micro estaba vacìo y eso se podìa ver a simple vista gracias a su iluminaciòn interior y a la gran oscuridad exterior. El hombre preguntò en voz alta què colectivo estaba esperando, y al mencionarle el nùmero y la letra correspondiente, me notificò con toda seguridad que esa lìnea no estaba funcionando en su recorrido habitual debido a las calles anegadas. Al oìr aquel comentario ya habia decidido mentalmente que regresarìa a casa, pero inmediatamente aquel hombre se ofreciò para alcanzarme hasta la pròxima parada, ubicada dos cuadras màs adelante, donde pasaba otra lìnea que tenìa el mismo destino que el anterior. No me pregunten por què, pero sin vacilar subì los tres escalones y detràs sentì como la puerta se cerraba nuevamente. En ese preciso momento me vinieron a la mente miles de recomendaciones de esas que oìs de tus padres cuando te dan la libertad de viajar solo, un miedo incontrolable se apoderò de mi y realmente dudè por mi seguridad, imaginando millones de finales atroces para aquella historia que acababa de comenzar con una simple decisiòn errada. Secuestro, desapariciòn, violaciòn, tràfico ilegal de òrganos, prostituciòn obligada por medio de drogas, y otras tantas frases y palabras se me cruzaban en el pensamiento a modo de titulares como habitualmente se oìan en noticieros o se leìan en los diarios. Mientras tanto el hombre comentaba a modo de pronosticador còmo seguirìa la tormenta en las pròximas horas y enumeraba todas las zonas inundadas hasta el momento. Por el rabillo del ojo detectè que su mujer me observada de arriba a abajo con detenimiento y sin expresiòn alguna en su rostro. El corazòn latìa a mil por hora y sentìa que sòlo la correa del bolso que llevaba cruzada sobre el pecho lo retenìa en su lugar. Faltaba media cuadra para cumplir las dos que aquel hombre habìa prometido transportarme, y comencè a acercarme a la puerta nuevamente hacièndole ver que ya no necesitaba de su caridad y evidenciando mis ganas de salir de allì cuanto antes. Al llegar a la esquina el vehìculo se frenò, gracias a Dios, pero la puerta seguìa cerraba hermèticamente. Me di vuelta dando las gracias con un saludo distanciado de la mano al conductor y las dos pasajeras y una sonrisa temblorosa en los labios. Me devolvieron la sonrisa, el saludo y la recomendaciòn de venir directamente a esta esquina la pròxima vez que lloviera con tal magnitud. El mejor sonido que podrìa haber escuchado en toda mi vida por fìn llegò, y a su vez la puerta se abriò de par en par dàndome la salida de aquel infierno que habìa tenido lugar en mi mente. Bajè ràpidamente los tres escalones y saltè a la vereda sintiendo còmo el corazòn volvìa a su ritmo habitual. A una cuadra de distancia venìa el colectivo que tanto habìa esperado, por el camino que aquel hombre me habìa asegurado que no pasarìa. Inconscientemente me di vuelta, como si intentara desafiar con la mirada al conductor del micro escolar, esperando una respuesta lògica para su afirmaciòn anterior, y que seguramente habìa estado viendo al colectivo acercarse detràs de èl por el espejo retrovisor y aùn asì habìa tenido el descaro al bajarme de decirme que recordara el recorrido de la lìnea en dìas como aquel; pero para mi gran sorpresa el micro escolar del que hacìa un minuto o menos habìa descendido ya no estaba. Mirè en todas direcciones, era imposible que se alejara tanto en tan pocos segundos. No quedaba ni rastro del mismo, como si todo hubiera sido un mal sueño. La ùnica prueba de que aquel micro con sus tres ocupantes habìan existido en algùn momento fue mi traslado de una esquina a otra dos calles màs arriba.
Tomè el colectivo, ahora el que deberìa haber tomado en un principio, saquè el boleto con millones de ideas revoloteàndome en la cabeza, y ninguna que respondiera al enigma que acababa de tener lugar. Seguì mirando por la ventanilla buscando el micro o quizàs buscando una prueba que me ayudara a fundamentar que no estaba loca, pero no la encontrè.
No sè por què sucediò aquello esa mañana. No tengo explicaciòn alguna. Y doy fe que ese micro existiò en ese momento y que todo eso fue real. Muchos buscan respuestas en la existencia de otras dimensiones, en el mundo de las ànimas, en lo paranormal, en aquello que no tiene lugar en nuestra razòn, sòlo en la fe que podemos colocar en ello. Ustedes podràn darle la explicaciòn que mejor crean conveniente. A mi me gusta pensar que quizàs fue Dios, y que aquel micro fue mi salvaciòn de algo que no me hubiera gustado atravesar o de algo que no debìa atravesar, no ese dìa, no a esa hora, no en ese instante.

lunes, 22 de febrero de 2010

Un fugaz encuentro con la fatalidad

Una noche de verano, mientras vacacionàbamos en la Costa Atlàntica, mi hermana, mi tìa y yo observàbamos entretenidamente y con gran interès aquella gigantesca rueda de metal colorida ubicada en un recinto de juegos y entretenimientos, la cual giraba y saltaba sin parar arrastrando de forma circular en su interior a jòvenes aventureros (y algunos que no lo eran tanto) con enormes sonrisas y ruidosas manifestaciones de alegrìa. Parecìan estar disfrutàndolo realmente, sobre todo, aquellos que desafiaban la gravedad y la inmunidad a los mareos, exhibiendo peligrosos y osados pasos de baile en el centro captando la atenciòn de todos los que pasaban por la calle.
Anteriormente, habìa partipado en varias ocasiones de aquel divertimento popular, y lo habìa disfrutado realmente recibiendo una gran dosis de adrenalina, necesaria cada tanto. Hasta recordè que en una ocasiòn tuve la suerte de encontrar dinero al salir.
La tentaciòn al ver aquella imagen fue creciendo hasta que en un instante se cruzaron nuestras miradas y supimos lo que harìamos a continuaciòn: subir al samba.
La interminable fila ante la boleterìa del juego nos entusiasmaba cada vez màs con la travesìa que emprenderìamos y la impaciencia se hacìa notar.
Finalmente llegò nuestro turno. Nos acomodamos las tres juntas sobre la rueda tapizada y nos aferramos al barral que se extendìa a nuestras espaldas con ambos brazos. Intentè pegar el cuerpo al asiento lo màs posible y mis pies dejaron de tener apoyo en el suelo. Abajo, entre la multitud mis padres saludaban efusivamente y sacaban fotos para recordar aquello como si se tratase de algùn gran acontecimiento. Ràpidamente la gente fue llenando el asiento hasta que no quedò un solo lugar y por fin aseguraron la pequeña compuerta. Las luces de colores se movìan sobre nuestras cabezas y la mùsica elevada nos predisponìa a pasar la experiencia con màs entusiasmo. El operador de la màquina accionò el mecanismo y comencè a sentir una pequeña brisa en la cara producto del inicio de un suave giro. Nos miramos sonrientes y nuestra pequeña vista comenzò a ampliarse a un giro de 360 grados en forma continua y cada vez màs veloz. Todo iba bien, nada de ese singular juego parecìa estar fuera de los paràmetros normales hasta que el operador pareciò sufrir un brote de locura asesina......
La rueda empezò a sacudirse ferozmente y nuestros rostros respondieron cambiando la sonrisa por una lìnea de preocupaciòn. La gente que reìa a carcajadas ahora gritaba desaforadamente al igual que yo pero al parecer nuestros sonidos no comunicaban exactamente lo mismo, ellos gritaban por la euforia del momento y yo por un miedo aterrador. Jamàs habìa experimentado tal sacudida en toda mi vida, poco a poco sentì como mis manos empezaron a ceder ante el barral. Intentè decirle a mi hermana que estaba resbalàndome pero entre el griterìo y la mùsica no pudo entenderme, lo mismo sucediò con mi tìa, reìan y gritaban alegremente al unìsono mientras yo perdìa fuerzas en las brazos. De pronto el maniàtico de la palanca detuvo la rueda de forma inclinada estando nosotras en la curvatura de la parte superior. Ahora no sentìa el asiento porque estaba totalmente colgada del barral y los empellones de la rueda me golpeaban contra el tapizado. En ese momento un loco de remate no tuvo la mejor idea que demostrar su valentìa dirigièndose al centro y provocar aùn màs al lunàtico de la palanca que con sus movimientos querìa derribarlo a toda costa. Gritaba suplicando que detuvieran la tortura con las primeras làgrimas de pànico en lo ojos mirando hacia abajo y calculando a cual de todos los que estaban sentados al otro lado del cìrculo aplastarìa en cuanto cayera y cuantos huesos rotos costarìa.
Cuando quede suspendida en el aire sostenièndome con un solo brazo a punto de ceder mi hermana tomò conciencia del asunto y mi tìa comenzò a patalear y a gritar haciendo señas al que estaba en el cubìculo para que detuviera el juego mientras el tipo totalmente enceguecido continuaba ensañado con el diestro bailarìn a prueba de sacudones. Finalmente lograron captar su atenciòn o quizàs haya desviado su mirada hacia la desgracia que estaba a punto de ocurrir. Nivelò la rueda en forma horizontal y con sus ùltimas vueltas leves dejò descansar al gigante. Apresuradamente quise bajar en cuanto quitaron el seguro a la pequeña abertura abrièndome paso a codazos entre la gente alegre que comentaba la gran experiencia y el bailarìn que hacìa alarde de su triunfo nuevamente.
A partir de esa noche jurè que jamàs volverìa a subirme otra vez advirtiendo a mi familia totalmente incrèdula de que ese juego es totalmente peligroso. Ahora lo miro de lejos disfrutando de forma segura còmo el resto pone en riesgo su vida, esperando atentamente alguna desgracia, que hasta el dìa de hoy jamàs he visto. Comienzo a sospechar que la ùnica desgracia que existe es la que me acompaña a mi de sol a sombra de forma inseparable, y temo porque algùn dìa llegue a comprobar que mi teorìa sea cierta.

jueves, 18 de febrero de 2010

Ciber cita de terror

¿Quièn no ha pasado alguna vez en su vida por la experiencia de haber tenido un encuentro con un perfecto extraño conocido a travès del mundo virtual? Yo no he sido la excepciòn a la regla, sobre todo porque para una persona de poco contacto social y severo grado de timidez, la posibilidad de cruzarse con gente nueva sin atravesar por el diàlogo cara a cara, es demasiado tentadora. Miles de mujeres y hombres en las mismas condiciones que yo ademàs de solteros empedernidos, piratas con anillo al dedo, ninfòmanas, pùberes poseìdos por sus cambios hormonales, personas acomplejadas, etc, etc, etc, rondan cada dìa en busca de alguien que los acepte y obtener la tan preciada salida que buscan ya sea para romper con su rutinaria soledad, para encontrar al amor de sus vidas demasiado escondido en algùn lugar, para anexar un nuevo amigo/a a su lista personal o para pasar un momento agradable y fugaz. No es que me queje de mi suerte en este campo, he tenido excelentes experiencias con personas que han marcado mi vida a fuego y que he conocido a travès de la web, pero este caso que expondrè en el dìa de hoy, no serà precisamente la mejor salida que he tenido.
Ahi estaba yo en alguna sala de chat, algùn domingo interminable o quizàs un viernes o sàbado a la noche sin un programa mejor, tratando de matar el tiempo buscando conversaciòn con alguien que tampoco tuviera nada que hacer. Ahì mismo estaba èl, y fue el momento nefasto en que nuestros caminos se cruzaron, por desgracia. Bohemio y artista por naturaleza, el ciberchico en cuestiòn parecìa interesante, conocedor del arte en profundidad y eligiendo correctamente los temas y las palabras para no aburrirme con la charla, me ayudò a que el reloj corriera sin darme cuenta. Por supuesto, lo agreguè a mi MSN, y mantenìamos conversaciones del mismo tipo que la inicial con mucha frecuencia, por no decir casi a diario. Observando detenidamente su foto, la cual lo hacìa ver de forma "aceptable", y siendo residente de una zona cercana a mi domicilio, a medida que transcurrìan las semanas me hacìan pensar que esta oportunidad era quizàs una de las mejores que tendrìa de conocer a alguien afìn y compatible con mi forma de ser.
Luego de unas semanas, llegò por fìn, la gran propuesta: ese encuentro que nos llevarìa a vernos cara a cara, esa salida en la que seguramente nos acompañarìa alguna agradable charla como la que siempre compartìamos y por què no, quizàs la posibilidad de que esa fuera la primer cita, pero no la ùltima. Para tal encuentro le ofrecì mi nùmero de telèfono pero instantàneamente me propuso que arreglàramos directamente ahì, en lìnea, y aceptè sin pensarlo demasiado.
Acordamos salir una tarde de verano cualquiera tomar algo y por supuesto tomando las precauciones necesarias, elegimos un lugar cèntrico y bastante transitado.
Pude reconocerlo de lejos a medida que iba acercàndome luciendo igual que su foto que llevaba grabada en la memoria luego de haberla recorrido con la vista tantas veces a lo largo de semanas. Se veìa bien, vestido con ropa informal pero adecuada a una primer salida, y habìa tomado la precauciòn de llegar minutos antes para no hacerme esperar, y por su actitud caballerosa ya tenìa un par de puntos màs acumulados. Nos saludamos. Me preguntò si conocìa una cafeterìa, y al asentir, me preguntò si me parecìa bien que fuèsemos allì a tomar algo. Caminamos despacio. A gusto y sin nervios estaba disfrutando de su compañìa tal como habìa sucedido en las semanas anteriores, pero al oìrlo hablar notaba algo extraño en su voz, mejor dicho en su forma de pronunciar ciertas frases, hacièndolo lentamente y casi como eligiendo las palabras que utilizarìa para expresarse. A medida que empezaron a transcurrir los minutos sentì que monopolizaba la conversaciòn, aunque me vi forzada a seguir hacièndolo ya que el ciberchico se limitaba introducir monosìlabos o frases cortas que sonaban extrañas a mis oìdos. Algunas veces no entendìa lo que decìa y en un momento lleguè a pensar que estaba volvièndome sorda, pero luego comprendì que no era yo la del problema.
Mis oìdos estaban perfectamente bien, asì como la de todos los asistentes de esa tarde a la cafeterìa que cada tanto miraban de reojo al oìr al chico que estaba frente a mi en la mesa. Al parecer sufrìa de algùn trastorno en el habla, y su pronunciaciòn de algunas palabras salìa distorsionada, sobre todo aquellas en las que predominaba el sonido de la R, que suplantaba por una L seguida de un sonido raro que no pude llegar a definir. Rogaba que atendieran nuestro pedido cuanto antes, tratando de seguir hablando aceleradamente y sin dejar espacio para que acotara nada. Cuando cada tanto lo dejaba participar en el diàlogo (que casi era un monòlogo) sus palabras parecìan resonar justo en la parte defectuosa de una forma elevada, pero luego no supe si era realmente asì o sòlo efecto de mi imaginaciòn. Sintiendo la mirada curiosa de los demàs en nosotros, lleguè al final de mi cafè con la cara casi pegada a la mesa y totalmente encogida en la silla.
Finalmente salimos del lugar. Me despedì en la puerta con una sonrisa forzada acompañada de un dudoso "gracias, la pasè bien", pero mi torturador no quiso dar por terminada la cita allì sino en la parada del colectivo a unas cuadras de distancia. Ahora su extremada caballerosidad me fastidiaba en absoluto. Y su puntaje, mejor no hablar, a esas alturas era seguramente ya con signo negativo por delante y lo esperaba un "game over" màs grande que una marquesina de teatro de revista al contemplar la posibilidad de un volvernos a ver.
Caminando lo màs ràpido que pude, argumentando que llegarìa tarde a un compromiso inexistente, pude deshacerme de èl bajo la mentira piadosa de un "seguimos en contacto". Al llegar a casa lo eliminè finalmente de mis permitidos, y no fue sòlo por haberme hecho pasar un mal rato hacièndome sentir incòmoda o porque discrimine a gente con dificultades, sino por haberme mentido u ocultado algo que era realmente importante siendo que yo habìa sido totalmente sincera.
Ahora recuerdo la historia e inevitablemente una sonrisa se dibuja en mi cara..... pero tambièn me pregunto ¿hasta cuando me acompañarà la mala suerte?

martes, 16 de febrero de 2010

Libros, libros y màs libros

Sinceramente confieso que no sè el motivo por el cual comencè a desarrollar verdadero interès por la lectura. ¿Habrà sido porque me costò tanto esfuerzo y tiempo aprender a leer y ahora el beneficio debìa exprimirlo al màximo? ¿O quizàs una respuesta psicològica extraña ante una situaciòn en un inicio casi traumàtica? ¿O mi escaso contacto social y retraimiento me sumergiò al mundo de las palabras en una forma diferente? No tengo respuestas para todas estas preguntas pero sì puedo decir que a partir de ese momento, los libros se convirtieron en el objeto de mi mayor adoraciòn.
No recuerdo todos los tìtulos que leì a lo largo de mi vida, pero sè que fueron demasiados, comenzando con mi primer historia llamada "Mujercitas" de Luisa May Alcott que ahora guardo en mi biblioteca como una reliquia, aunque sus hojas hayan perdido su tono original y cambiado por uno amarillento y la dedicatoria amorosa de mi abuela escrita de puño y letra sobre la primera pàgina se vea algo borrosa.
Cada uno de ellos encierra un pequeño mundo. Personajes maravillosos que tomaron forma en mi mente alguna vez, que despertaron en mí sentimientos, que arrancaron suspiros con sus frases, que me sorprendieron con sus hazañas o me obligaron a derramar làgrimas de tristeza junto a ellos.
No cualquier persona me soporta a la hora de realizar la compra literaria, mayormente elijo ir sola. Podrìa pasar horas encerrada en una librerìa, escogiendo meticulosamente cuàl serà mi pròxima aventura y quiènes me acompañaràn.
Mis gustos varìan segùn mi estado de ànimo, no tengo un gènero definido...... he leìdo desde novelas de amores imposibles hecho realidad hasta historias retorcidas y sangrientas como las del maestro del terror Stephen King. Pero si me preguntan cuàl de todas las que he leìdo es realmente la que merece estar en el primer puesto, debo decir que sòlo hay una historia que se lleva todos mis aplausos: la saga "Crepùsculo" de Stephenie Meyer.
A pesar de que mi interès por la historia fue a partir de ver la primer pelìcula (que por cierto deja mucho que desear), fue atrapàndome a medida que seguì la saga con los libros posteriores al primero. En tres semanas terminè de leerla dejàndome un sentimiento nostàlgico porque mi gran obsesiòn habìa llegado a su fin. Por supuesto soy una de las tantas fans que piden al cielo que la escritora vuelva a inspirarse y la continùe, es casi como una droga, no, me retracto, es una droga.
Si aùn no la han leìdo, se las recomiendo, no se arrepentiràn, tiene la justa medida de cada cosa, como una ensalada con los condimentos perfectos. Y aunque las secuelas por la obsesiòn vampìrica pueden ser graves vale la pena correr el riesgo.

domingo, 14 de febrero de 2010

Pasiòn por la palabra escrita

Allà por el año 1987, me encontraba ingresando al primer grado de una escuela estatal. Todo era nuevo y el nerviosismo de los primeros dìas se hacìa notar al observar decenas de guardapolvos recièn estrenados de un blanco impecable portadores de rostros totalmente desconocidos. El Preescolar por esos años, por supuesto, no era el mismo que podemos encontrar en el presente, su paso por el mismo te dejaba igual de preparado para la siguiente etapa de estudio, que si no lo hubieras atravesado. No comprendìa por què debìa dejar mi pequeña bolsa a cuadros celeste y blanca a la que tan bien me habìa amoldado junto a mi taza y mantel de tantas ricas meriendas, por ese gran armatoste mejor conocido como mochila, que pesaba como mil demonios, repleto de extraños ùtiles que nunca antes habìa necesitado utilizar. Para colmo de males, como no podìa ser de otra manera en mì, tuve la suerte de ingresar al grado con la maestra màs histèrica, exasperante, gritona y menopaùsica de toda la escuela. El resto de mis veintinueve compañeros eran los niños màs malcriados, llorones, traviesos, insoportables y menos estimulados cognitivamente que podrìa haber tenido la escuela. Imaginen por un segundo que da por resultado la suma de todos esos elementos; en pocas palabras: estaba en el mismìsimo infierno. A medida que el tiempo transcurrìa los alumnos comenzaban a avanzar estimulados por el contacto con lo que la maestra con poca amabilidad nos enseñaba, todos menos yo. Para mì el mundo de las letras continuaba siendo un verdadero e indescrifrable enigma, no distinguìa unas de otras ni tampoco sus valores sonoros y mucho menos iba a poder avanzar en el aprendizaje con la presiòn de la maestra que sentìa constantemente cerca, como perro rabioso gruñendo sobre tu pierna a punto de hincar los colmillos. La situaciòn continuò asì hasta un dìa en el que la maestra, cansada de agotar todos sus recursos conmigo, comprobò nuevamente a travès de una lectura màs que floja, que aùn me faltaba mucho camino por recorrer y gritando a voz en cuello notificò a toda la escuela y vecinos aledaños que debìa ¡practicar, practicar y practicar! Creo que los niños casi sintieron pena por mi, miraban como me arrinconaba cada vez màs en la silla derramando làgrimas silenciosas y observando al culpable de todos mis pesares abierto de par en par, lleno de garabatos incomprensibles dispuestos como hileras de hormigas apretujadas.
Desde lejos, a la salida de ese mismo dìa, pude ver còmo la maestra gesticulaba nerviosamente moviendo boca y brazos delante de mi madre que simultàneamente negaba con la cabeza todo el tiempo y me observaba con esa cara que yo conocìa tan bien y que significaba "en casa vamos a tener que hablar".
Los dìas se volvieron insoportables. En la escuela soportando el tedioso concierto de gritos de la maestra y en casa las interminables repeticiones del abecedario entero con cuaderno y làpiz en mano.
A lo largo de la semana esos extraños signos fueron tomando forma, hacièndose cada vez màs comprensibles y fue asì como ràpidamente al finalizar esa misma semana ya habìa descifrado el còdigo que tanto me habìa torturado durante esos meses.
Con una enorme sonrisa en la cara pude triunfar sobre el ejèrcito de hormigas ahora conocidas que marchaban ordenadamente sobre las hojas del libro debajo de mi narìz. La maestra boquiabierta parecìa estar debatièndose entre si realmente habìa escuchado en forma correcta o si solamente habìa sido una alucinaciòn, pero al comprobar que todo era tan real por primera vez en todo el primer grado recibì su felicitaciòn y un enorme ¡muy bien diez! en el cuaderno por mi lectura.
Hoy esas pequeñas hormigas son mis màs grandes amigas, son el objeto de mi pasiòn, mi boleto a infinidad de lugares, mi manera de expresar lo que llevo en el corazòn, la màquina del tiempo que me conduce en la historia a esos pequeños acontecimientos que fueron marcando a la persona que hoy està sobre el teclado.

sábado, 13 de febrero de 2010

Sed de victoria

A pesar de que siempre fui conformista, ya acostumbrada a ser la resagada en todos los aspectos de la vida, hubo un dìa en especial, un momento en el cual tuve la necesidad de sentirme ganadora.
Jamàs tuve afinidad por los deportes ni la actividad fìsica en general, podrìa considerarse que soy una de esas personas que literalmente "no corren ni el colectivo". Pero ese dìa en particular, durante la clase de educaciòn fìsica, allà por los años de la primaria, quise experimentar la adrenalina y la satisfacciòn de ser toda una vencedora y no la constante vencida.
Durante la clase estuvimos trabajando trote, ritmo, respiraciòn y demàs elementos caracterìsticos de un buen entrenamiento fìsico y la clase finalizarìa con una carrera de velocidad. Los alumnos puestos de a dos competìan a lo largo de carriles señalizados con soga y postes ubicados cada tanto. Mi contrincante era la chica màs larga y escuàlida del curso, pero una de las màs veloces. A medida que la fila avanzaba hacia la lìnea de salida, sentìa como el corazòn latìa desbocado en medio del pecho y en mi mente sòlo habìa espacio para una frase que se repetìa constantemente: hoy tenès que ganar. La mirada desafiante de mi compañera (o mi delirio por vencer asì me lo hacìa ver), me taladraba la vista una y otra vez. Finalmente llegò nuestro turno y la orden de salida resonò en nuestros oìdos. A pesar de que aconsejan que el secreto para ganar es mantener el ritmo y no comenzar con toda la fuerza para luego cansarse al final, hice caso omiso a la recomendaciòn y partì con la màxima velocidad que podìan soportar mis cortas piernas. A un lado, cabeza a cabeza, venìa ella flotando casi en el aire, seguramente manteniendo su propio ritmo como correspondìa. Aumentè mi velocidad casi ya al tope, y justo en ese momento tomè un poco de distancia dejàndola atràs. Consideràndome ya la ganadora estando tan cerca de la meta cometì el error màs grande: intentando calcular la distancia que tenìa de ventaja a simple vista, girè inconscientemente la mirada y en ese mismo instante sin percibirlo desviè mi rumbo hacia uno de los lados del carril tropezando torpemente con uno de los postes. Cayendo de rodillas y manos al suelo pude observar còmo mi compañera vencìa ya sin resistencia alguna. No habìa tomado conciencia del accidente ni pensè que hubiera sido tan grave hasta que todos mis compañeros y la profesora se acercaron velozmente hasta donde yacìa en el suelo. La decepciòn de la derrota fue dando lugar al terror en cuanto vì la sangre brotar de todas las heridas que me habìa hecho.
Luego de recibir los primeros auxilios notè que los daños no habìan pasado a mayores, sòlo unos cuantos raspones y un pantalòn inservible desde cuyos agujeros se podìan ver mis rodillas magulladas.
A partir de ese dìa soy casi feliz con lo que me tocò, el tìtulo de perdedora me lo he ganado en buena ley y conste que no es para cualquiera, los desafìo a que me lo quiten, les aseguro que no serà nada fàcil.

jueves, 11 de febrero de 2010

Pànico escènico

Las experiencias sociales a la que uno es expuesto durante la niñez, son aquellas que tambièn van modelando poco a poco nuestra personalidad futura. Tengo memoria de varios momentos que emergen en forma muy clara y que se destacan del resto, borroneados por el paso del tiempo. Pero en esta oportunidad relatarè uno que quizàs haya sido el puntapiè inicial de una actitud temerosa a la exposiciòn masiva: mi primer visita al circo.
La butaca gigantesca que ocupaba como espectadora demasiado cerca del escenario demostraban que era pequeña. A los tres años mis padres decidieron que era una buena edad para experimentar un show de circo. Ahì estaba yo, con mi barriga prominente levemente descubierta por el tironeo de alguna remera que evidentemente ya no era de mi talle, los infaltables bucles en forma de resorte y mi cara de desconcierto (esto lo puedo afirmar gracias a una fotografìa que guardo de aquel dìa). Era uno de esos circos que sòlo tenìan nùmeros de payasos, malabaristas y equilibristas, sin animales de por medio. Llegado un momento, el payaso que llevaba el espectàculo anunciaba que se llevarìa a cabo un concurso de baile con parejas de niños, y que el dùo ganador tendrìa un fabuloso premio. En ese momento sentì la mano de mi padre en la espalda que me empujaba hacia adelante, demasiado entusiasmado por la idea de observarme debutar sobre "las tablas", mientras yo sacudìa mi cabeza comunicàndole mi rotunda negaciòn. Un enorme escalòn adornado con focos multicolores que se encendìan en forma simultànea, demasiado alto para poder atravesar, me separaban de la temible situaciòn, y justo cuando me dignaba a pegar la media vuelta alguien me lleva en volandas hacia el escenario: el horrendo payaso conductor que me deposita en el suelo nuevamente, miràndome a la cara con una sonrisa casi macabra. Con su mano enguantada estira uno de mis rulos hacia abajo para luego dejarlo escapar. El rulo no tuvo mejor idea que rebotar en mi cara y acabar metido en mi ojo y con el otro ojo que no estaba empañado por las làgrimas pude ver como el culpable ponìa su mejor cara de "yo no fui" y me daba unas palmaditas en la cabeza para alejarse y continuar con su show. A partir de allì todo sucediò demasiado ràpido. La gente aplaudìa a mansalva, y pude ver a mis padres sentados muy cerca saludando con una sonrisa de oreja a oreja, mi papà haciendo ademanes torpes e incitàndome a que moviera el esqueleto. Los focos de las luces en la cara no me dejaban ver demasiado el pùblico, sòlo cabezas y màs cabezas apiladas una sobre otra y algunas manos que se agitaban salìan desde la oscuridad. De pronto una mùsica comienza a sonar. Un niño no mucho màs alto que yo se acerca y me extiende sus manos invitàndome a formar pareja con èl. En ese momento caì en la cuenta de que no era la ùnica allì arriba, varios niños correteaban buscando su compañero porque ya comenzaba el concurso. No estoy totalmente segura cuàl habrà sido el motivo, pero en cuanto las palmas alentadoras comenzaron a sonar comencè a moverme inconscientemente como una poseìda. Me sentì como una marioneta cuyo titiritero habìa enloquecido o sufrido un ataque de espasmos en plena funciòn. Finalmente acabò la mùsica, y formados en filas uno al lado del otro, fueron midiendo con un aplausòmetro imaginario el puntaje de las distintas parejas de bailarines.
Sentì un gran alivio cuando nuevamente el payaso conductor (ahora menos horrible que antes) me acercaba a mis padres con sus brazos llevando en mi mano el premio ganador.
Al cabo de un rato perdì el interès por el premio, un pequeño Pitufo extraño hecho con espumina que nunca supe si era para jugar o para bañarse; pero la sonrisa de mis padres perdurò a lo largo del tiempo y aùn hoy vuelve a dibujarse en sus rostros cuando recuerdan con añoranza aquel dìa.

martes, 9 de febrero de 2010

Desorientaciòn vocacional - Segunda parte

Llegò el momento de cursar el quinto año del bachiller. Sentimientos de alegrìa y nostalgia anticipada se mezclan a causa de la temible llegada de la finalizaciòn de esta etapa, para muchos, la màs hermosa de la vida de un adolescente. Recuerdos de tantos momentos inolvidables que quedaràn por siempre atesorados en el alma vienen a nuestra mente constantemente. Comenzamos a sentir la tristeza y el vacìo que dejan esos amigos que se van, mucho antes de la separaciòn. Resuenan las primeras frases y canciones de despedida. Ese año que comienza como el mejor de toda la escuela secundaria debido al famoso viaje a Bariloche tan añorado por todos los estudiantes, se transforma en uno de los màs difìciles de atravesar, no sòlo por la finalizaciòn de un ciclo de la vida, sino por las decisiones que se deben tomar; y no cualquier decisiòn, sino la que definirà tu camino a recorrer de ahì en adelante.
Por supuesto yo ya tenìa mi camino a seguir resuelto, como les mencionè anteriormente, pero la duda comenzò a desintegrar esa elecciòn cuando obligadamente tuve que participar en el famoso curso de orientaciòn vocacional.
Luego de charlas aburridìsimas, de explorar folleterìa de famosas facultades, de escuchar miles de datos sobre las diversas carreras y dònde podìas cursarlas, llegò el test final donde debìa plasmar en una hoja utilizando un collage de fotos, dibujos, frases mis caracterìsticas personales e intereses. No recuerdo bien còmo se componìa mi producciòn gràfica pero sì recuerdo la respuesta de la "supuestamente orientadora". Sin pensarlo demasiado me dijo que debìa seguir una profesiòn que tuviera que ver con lo social (¡justo a mì me va a decir eso, que tengo menos experiencia social que un mudo manco!), algo que tenga que ver con ayudar al pròjimo en sìntesis: "podès estudiar psicologìa, o ser una gran asistente social, pensalo". ¡¿Què?! No entendìa nada. ¿Por què mencionò el "pensalo"? ¿Por que si elijo otra cosa voy a frustrarme? ¿Por que no voy a servir? ¿Què me habrà querido decir?
Asi fue como algo que debiò servir para confirmar mi gran elecciòn de años atràs se convirtiò en una pesadilla.
Finalmente decidì seguir con la primer y ùnica opciòn (a mi entender), me rehusaba a abandonarla argumentando que la profesora no me habìa llegado a conocer realmente luego de unas pocas clases, mientras que el resto de mis compañeros totalmente desorientados en un principio aseguraban haber encontrado aquel cartel indicador, que antes no podìan ver, en medio de la nada.
Luego de varias averiguaciones me enterè de otro pequeño obstàculo, la carrera para ser veterinaria sòlo se dictaba en La Plata, sinònimo de "a una hora y media en la Costera de mi casa". O tambièn estaba la opciòn de conseguir un trabajo y mudarme hacia aquel lugar. Demasiados cambios. ¿Què hacer?
Despuès de meditar largo tiempo sobre todas las opciones me decidì por empezar con una carrera corta medianamente màs cercana, conseguir un trabajo y si al cabo de esos años aùn seguìa con la idea original, emprender la gran travesìa. Y asì fue como cambiè el delantal seguramente lleno de pelos y pisotones de tierra y barro, por otro delantal con bolsillo enorme para guardar hebillas perdidas, pañuelos para emergencias de llanto y estornudos espontàneos, tizas, dibujos de crayòn autografiados con letra extraña en idiomas desconocidos, y miles de besos voladores que llevaba a mi casa luego de una jornada cansadora pero llena satisfacciones.
Y luego de estudiar, obtener el tìtulo y hacer la experiencia he decidido con la misma convicciòn de años atràs, que este delantal no lo cambio por nada del mundo, porque es el mejor y el màs hermoso que podrìa llevar puesto, el delantal de "la seño" de tantas personitas maravillosas que cruzaron por mi vida a lo largo de estos años y que llevo guardados en lo profundo del corazòn.

lunes, 8 de febrero de 2010

Desorientaciòn vocacional

La profesiòn ò a lo que uno se dedica diariamente, tambièn ayuda a vislumbrar què clase de persona es uno.
De pequeña era la màs "bichera", por decirlo de alguna manera, de toda la familia. Mi gran interès por los animales y demàs seres vivos se ponìa en evidencia en cuanto podìas observar mis colecciones de figuritas o recortes, en el tiempo que dedicaba a observar diferentes especies y en còmo se iluminaba mi rostro al ver algùn espècimen extraño. Solìa pasar horas frente a la ventana de la casa de mi abuela observando còmo salìan las pequeñas hormigas a buscar provisiones y còmo entraban cargadas de enormes cortes de plantas que transportaban en su diminuto cuerpo, aquel extraño y pequeño mundo me fascinaba. Pegaba la narìz por largo rato frente a las vidrieras de los negocios de venta de mascotas, tironeando de la manga de mamà o papà suplicando por alguno de sus productos a la venta. Recuerdo que alrededor de los ocho años, ya tenìa la respuesta a la pregunta que muchos adultos a menudo hacen a los niños: ¿què pensàs ser cuando seas grande? La respuesta ya la tenìa mentalmente incorporada, y sin pensarlo y automàticamente respondìa con firme voz: "veterinaria". ¡Por supuesto! ¿Què otra cosa podìa llegar a ser? ¿En què otra ocupaciòn podrìa tener màs contacto que en aquella con los seres que llenaban todo mi interès? A esas alturas ya era grande y sabia a ciencia cierta que cuidadora de animales del circo ò exploradora de lugares recònditos del planeta en busca de especies desconocidas no eran profesiones a considerar.
Asì crecì, sintièndome afortunada de haber nacido con la capacidad de poder decidir desde tan temprana edad lo que querìa hacer, con la felicidad de tener la firme convicciòn de que ya habìa realizado la elecciòn y mi vida profesional estaba totalmente resuelta. Pero jamàs hubiera imaginado que pasarìa lo que sucediò muchos años despuès cuando llegò el momento de concretar ese futuro planificado de antemano.......

viernes, 5 de febrero de 2010

Fotografìa

Si tuviera que describir mi apariencia tal como me la devuelve el espejo cada dìa serìa una tarea casi imposible, no porque me encuentre incapacitada para hacerlo, sino porque la imagen mental que guardo acerca de mi misma difiere en gran manera de la realidad. No sè si sea un problema psicològico, una falta de autoestima que se remonta a los tiempos de mi niñez y adolescencia o algùn trastorno visual grave, pero lo cierto es que jamàs pude verme tal cual lo hacen los demàs, aùn asì intentarè hacer un bosquejo.
De niña ya se perfilaba que mi estatura no serìa motivo para sobresalir del montòn, o nunca se desarrollò lo suficiente a medida que pasaban los años. Era regordeta, de mejillas redondas y rosadas, irresistiblemente tentadoras para abuelas que amaban el arte de pellizcar. Siempre vestida de rosa o algùn color pastel, llena de puntillas, cintas, moños y demàs accesorios que ponìan en evidencia a una abuela y una madre que disfrutaban demasiado vestir nenas. Ojos de un color extraño e indefinido que segùn la teorìa de mi abuela paterna, cambiaban junto con el clima (una cosa realmente extraña y casi aterradora) que luego alrededor de los cinco años se estacionò en un verde claro mezclado con pinceladas de marròn. Cabello recogido en dos colas, una a cada lado y lo màs arriba posible, de las cuales pendìan dos bucles color castaño claro que se bamboleaban para todos lados mientras caminaba.
Mientras crecìa algunas cosas se mantenìan mientras otras cambiaban. La figura dejò de ser tirando a redonda para afinarse dejando entrever las curvas de una mujer ya establecida. El cabello continuò en su forma ensortijada oscurecièndose a un castaño. La piel de un color poco saludable debido a su transparencia.
Hay un aspecto interesante en lo que respecta a lo fìsico y es algo verdaderamente extraño, es como si en la loterìa de la genètica hubiera nacido favorecida con los nùmeros ganadores de una perpetua juventud. Puedo dar fe de ello y lo compruebo en cada cumpleaños cuando todos saludan asombrados ¿cuàntos? ¡No puede ser! ¡Decime ya cuàl es el secreto!. No sè si sea algo beneficioso, pero sì puedo decir que es divertido y te libran de pasar verguenza en muchas situaciones en las cuales si realmente pareciera de la edad que llevo a cuestas, pasarìa por anormal, retrasada o sabe Dios cuantas cosas màs. Quizàs me odien por esto pero......... ¡algo bueno tenìa que sucederme en esta vida! ¿o no?

jueves, 4 de febrero de 2010

METAMORFOSIS

Asì como la incomprendida y discriminada oruga deja de arrastrar su cuerpo para abrir sus bellas alas y surcar el cielo llevàndose con ella màs de una mirada, de esa forma, fue mutando ese cambio en mi interior.
Fue un cambio paulatino, casi imperceptible a simple vista, pero que poco a poco fueron forjando la persona en la que hoy me he convertido. Aunque estoy convencida que esa metamorfosis jamàs acaba, y que nos acompaña dìa tras dìa hasta que debemos dejar de existir.
No sè precisar el momento exacto en que comenzò, pero sus huellas dejaron en evidencia que en mì se estaba produciendo el pase de la niñez a la madurez.
Hoy puedo decir que no todo de esa antigua persona desapareciò. Ciertas caracterìsticas muy arraigadas sobrevivieron, aunque entremezcladas y disimuladas con nuevas formas de ser.
Digamos que en el presente me encuentro ya en la adultez, quizàs en la mitad de mi vida, quizàs no; al borde de una crisis existencial debido a la inminente llegada de la tan temida tercer dècada de vida, aunque por otro lado coexiste al mismo tiempo ese sentimiento de seguridad que sòlo te dan los años de vida transcurridos.
En medio de ese torbellino de sensaciones, en un mundo lleno de ilusiones que aùn no se han concretado, de proyectos a medio acabar y otros sin iniciar, de miedos debido a la incertidumbre que me depara el futuro, de convicciones y principios instalados en lo màs profundo: allì me encuentro.
Vìctima de la crisis econòmica que nos acecha, mi situaciòn laboral pasò de estable a "tomarse un receso por tiempo indefinido". Mi rutina diaria de horarios rigurosos se llenò de baches y demasiado tiempo libre. Mis vacaciones en algùn lugar aùn no definido se transformaron en estadìas eternas en la calurosa Buenos Aires.
Y en el plano de lo personal..... mejor olvidar.
Muchos dicen "al mal tiempo, buena cara", pero anhelo fervientemente que el mal tiempo se haga a un lado y deje espacio para la llegada de aquel que sea mejor, antes que se termine entumeciendo aùn màs mi sonrisa forzada y casi desfigurada.
Como les dije en un principio (y ya leyendo estas primeras lìneas habràn corroborado fehacientemente),que no hay muchas cosas interesantes para contar acerca de quièn escribe, de hecho es casi nula la posibilidad de encontrar algo que valga la pena.... sòlo pequeños e insignificantes fragmentos infelices (y gracias al cielo otros que no lo son tanto) que juntos dan forma a la vida de alguien que transcurre sumergida en este mundo.

Continuarà......

miércoles, 3 de febrero de 2010

Carta de presentaciòn

¿Còmo comenzar? Me siento como si tuviera un cuaderno en blanco en mis manos, listo para ser ocupado, y sin saber què colocar.
Lo màs lògico, me parece comenzar con una breve descripciòn acerca de quièn escribe.
No hay muchas cosas interesantes què contar de mis años de la niñez.... Siempre me caractericè por ser la chica de la que pocos recuerdan su nombre, esa que pasa casi desapercibida a la vista de todos.
Desde chiquita, era la tonta, la que todo el mundo maneja a su antojo, la complaciente y llena de tolerancia, la que siempre hace lo que quieren los demàs. Recuerdo como si fuera ayer que estaba en el jardìn de infantes en la sala de actividades libres, recuerdo muy bien como se sentìan aquellos tirones de mi delantal, siempre impecable a falta de actividad lùdica, y còmo se disputaban entre dos niñas mi participaciòn en el juego (por supuesto en algùn rol pasivo que nadie querìa tomar)...
Mientras crecìa las cosas no mejoraron demasiado. Siempre era la que perdìa cosas de la cartuchera en la escuela primaria, o mejor dicho no las perdìa, me las quitaban sin permiso y luego no me las devolvìan, incluìdo a eso los retos de mi mamà que gastaba cada semana en làpices, gomas, sacapuntas y demàs ùtiles. Pocas veces podìa comprar en el quiosco del colegio la golosina que me proponìa obtener, casi siempre sonaba el timbre de finalizaciòn del recreo y yo seguìa exactamente en el mismo lugar de la fila que al inicio, o incluso màs atràs, a causa de todos los que se habìan colado y felìzmente logrado la compra.
En la preadolescencia era la chica petisita, llena de rulos con frizz (gracias a que aùn no existiàn las salvadoras cremas para peinar, las cuales ahora adoro, y doy gracias al cielo porque se encuentren sobre la faz de la cosmètica). Cara redondita, mitad oculta por un largo y frondoso flequillo que caìa de costado, de hecho cuànto màs ocultaba, mejor.
Era la chica del grupo de amigos que se podìa contar con los dedos de una mano, la que el primer dìa de clases en el secundario llegaba temprano, no para reencontrarse con sus compañeros luego de las largas vacaciones, sino para ocupar el tan preciado banco del fondo, y asi continuar pasando inadvertida a los ojos de profesores y resto del curso durante todo el año.
Era a la que siempre le firmaban la foto anual con un "para la chica màs tìmida del curso.." o en su defecto podìa variar a "aunque no te conozco demasiado, sè que sos una mina copada, por lo que me dijeron los demàs....."
Era la chica vergonzosa que siempre se ponìa colorada cuando le hacìan preguntas demasiado personales, y tambièn cuando no lo eran.
Nunca me preguntaban lo que opinaba en una decisiòn grupal porque todos daban por sentado que opinarìa lo mismo que la mayorìa sin chistar.
Otros me conocìan como "la copada que siempre hace la tarea y seguro te deja copiarla porque nunca tiene problemas en hacerlo" y por ese mismo motivo, abrìan mi carpeta y quitaban las hojas sin permiso, total, tampoco hacìa falta.
Era la de pocos amigos y ningùn novio. La que hablaba bajito y a duras penas alguien la escuchaba, si era que emitìa palabra alguna. La que no participaba de debates, la que nunca levantaba la mano cuando pedìan que alguien leyera por favor en voz alta.
Podrìa buscar tantos sinònimos o frases equivalentes para describir mi persona... al menos podràn hacerse una idea aproximada de lo que fui, lo que soy, y ¿aquello que lamentablemente serè?
¡Cuànto dramatismo!
No, no sè si serà tan asì, ustedes podràn juzgarlo a medida que vayan conociendo cada una de mis pequeñas y sencillas historias de vida.
Por el momento lo dejaremos asì.
Y por si alguien llega a leer mis relatos (como veràn no estoy acostumbrada a ser el centro de atenciòn) desde ya ¡muchas gracias gente!

martes, 2 de febrero de 2010

Y supongo que este es el comienzo...

Asì es señoras y señores, este serà el comienzo de mi pequeño y humilde espacio para poder contar, recordar, etc. etc., historias de una persona que no sobrepasa el promedio normal de un ser humano que habita sobre este planeta, comùn y corriente, que no tiene nada de extraordinario, simplemente las ganas de hablar y ser escuchado, o en su defecto, ser leìdo, y quizàs, si te interesa, puedas pasar, echar un vistazo y dejar algùn comentario, que para eso existe este medio, al menos eso creo.
En fin, sin màs que decir, me despido con un hasta luego!! Serà hasta la pròxima.