Porque para mì el èxito consiste en ir de fracaso en fracaso sin desesperarse y tomàndolo con humor. Te invito a reìr conmigo de mi misma.



domingo, 28 de febrero de 2010

Relato de un suceso inexplicable

Nunca fui una persona a la que le sucedieron grandes cosas en la vida, o que lleva en su haber històrico cientos de momentos apasionantes, excitantes, alocados o que merecen la pena recordarlos para presumir ante los demàs, pero este suceso en particular fue uno de los pocos que quedaron grabados en mi memoria con lujo de detalles y extrema claridad tal como si ayer hubiera ocurrido, por su gran rareza y su falta de fundamentos a la hora de justificarlo racionalmente. Y debo decir que aunque lo que lean a continuaciòn suene a inventos de una persona con escasos jugadores en su plantel, lo que contarè es una historia historia verìdica.
Invierno. Siete y cuarto de la mañana. Clima complicado por una lluvia casi torrencial. Estaba yo en la esquina de mi casa un dìa de la semana, no recuerdo exactamente cuàl, esperando el dichoso colectivo que se hacìa rogar como casi todas las mañanas, sòlo que en esa en particular, su llegada era indispensable para no morir estampada en algùn lugar a causa de los embates del viento casi huracanado y la copiosa lluvia que no cesaba. En esa època estaba cursando la escuela secundaria. Ustedes se preguntaràn, ¿Y con semejante clima se arriesgò a salir y no sòlo eso, sino a salir para ir a la escuela? Sì señores, asì era yo. Mi extremo compromiso con el estudio era tal que mi familia me apodò Sarmiento. Eran escasas las faltas en mi cuaderno de comunicaciones, y la razòn..... No la sè. Siempre fui una persona extraña y esa era una de mis peculiaridades. En medio de la oscuridad invernal no percibìa señales de vida alguna, los pasajeros que normalmente encontraba en mis viajes matutinos habìan desertado temporalmente. Una tenue luz proveniente del foco ubicado en el cruce de las cuatro esquinas iluminaba la garita en la que me encontraba, a pesar de sus movimientos oscilantes. La cortina de agua cambiaba de direcciòn constantemente y mis pies empezaron a dejar de estar secos. Analizando la situaciòn en la que me encontraba, la duda comenzò a hacer su trabajo haciendo tambalear mi desiciòn de asistir a clases ese dìa. Fue justo en ese momento que vi la luz salvadora, los focos que iluminaron mi figura cada vez con màs potencia y màs cercanìa. Intentè acercarme lo màs posible al borde de la vereda, dudando que el conductor me viera si me quedaba donde estaba, hasta se me cruzò por la mente que quizàs el chofer pensarìa que estaba loca intentando ir al colegio bajo esas condiciones. Pero al acercarse el vehìculo pude distinguir, cuando casi se encontraba delante de mi narìz, que no era el anhelado colectivo sino un micro escolar. Di unos pasos hacia atràs pensando hasta cuando deberìa esperar, y casi a punto de decidir regresar a casa, cuando algo inesperado sucediò que me tomò totalmente por sorpresa, el micro escolar se detuvo y frente a mi se abriò la puerta de ascenso. Un hombre entrado en años iba al volante con su mujer y su hija, tambièn vestida con uniforme de colegio (no sè si eran familiares pero a mi se me cruzò esa idea al ver a los tres juntos). El resto del micro estaba vacìo y eso se podìa ver a simple vista gracias a su iluminaciòn interior y a la gran oscuridad exterior. El hombre preguntò en voz alta què colectivo estaba esperando, y al mencionarle el nùmero y la letra correspondiente, me notificò con toda seguridad que esa lìnea no estaba funcionando en su recorrido habitual debido a las calles anegadas. Al oìr aquel comentario ya habia decidido mentalmente que regresarìa a casa, pero inmediatamente aquel hombre se ofreciò para alcanzarme hasta la pròxima parada, ubicada dos cuadras màs adelante, donde pasaba otra lìnea que tenìa el mismo destino que el anterior. No me pregunten por què, pero sin vacilar subì los tres escalones y detràs sentì como la puerta se cerraba nuevamente. En ese preciso momento me vinieron a la mente miles de recomendaciones de esas que oìs de tus padres cuando te dan la libertad de viajar solo, un miedo incontrolable se apoderò de mi y realmente dudè por mi seguridad, imaginando millones de finales atroces para aquella historia que acababa de comenzar con una simple decisiòn errada. Secuestro, desapariciòn, violaciòn, tràfico ilegal de òrganos, prostituciòn obligada por medio de drogas, y otras tantas frases y palabras se me cruzaban en el pensamiento a modo de titulares como habitualmente se oìan en noticieros o se leìan en los diarios. Mientras tanto el hombre comentaba a modo de pronosticador còmo seguirìa la tormenta en las pròximas horas y enumeraba todas las zonas inundadas hasta el momento. Por el rabillo del ojo detectè que su mujer me observada de arriba a abajo con detenimiento y sin expresiòn alguna en su rostro. El corazòn latìa a mil por hora y sentìa que sòlo la correa del bolso que llevaba cruzada sobre el pecho lo retenìa en su lugar. Faltaba media cuadra para cumplir las dos que aquel hombre habìa prometido transportarme, y comencè a acercarme a la puerta nuevamente hacièndole ver que ya no necesitaba de su caridad y evidenciando mis ganas de salir de allì cuanto antes. Al llegar a la esquina el vehìculo se frenò, gracias a Dios, pero la puerta seguìa cerraba hermèticamente. Me di vuelta dando las gracias con un saludo distanciado de la mano al conductor y las dos pasajeras y una sonrisa temblorosa en los labios. Me devolvieron la sonrisa, el saludo y la recomendaciòn de venir directamente a esta esquina la pròxima vez que lloviera con tal magnitud. El mejor sonido que podrìa haber escuchado en toda mi vida por fìn llegò, y a su vez la puerta se abriò de par en par dàndome la salida de aquel infierno que habìa tenido lugar en mi mente. Bajè ràpidamente los tres escalones y saltè a la vereda sintiendo còmo el corazòn volvìa a su ritmo habitual. A una cuadra de distancia venìa el colectivo que tanto habìa esperado, por el camino que aquel hombre me habìa asegurado que no pasarìa. Inconscientemente me di vuelta, como si intentara desafiar con la mirada al conductor del micro escolar, esperando una respuesta lògica para su afirmaciòn anterior, y que seguramente habìa estado viendo al colectivo acercarse detràs de èl por el espejo retrovisor y aùn asì habìa tenido el descaro al bajarme de decirme que recordara el recorrido de la lìnea en dìas como aquel; pero para mi gran sorpresa el micro escolar del que hacìa un minuto o menos habìa descendido ya no estaba. Mirè en todas direcciones, era imposible que se alejara tanto en tan pocos segundos. No quedaba ni rastro del mismo, como si todo hubiera sido un mal sueño. La ùnica prueba de que aquel micro con sus tres ocupantes habìan existido en algùn momento fue mi traslado de una esquina a otra dos calles màs arriba.
Tomè el colectivo, ahora el que deberìa haber tomado en un principio, saquè el boleto con millones de ideas revoloteàndome en la cabeza, y ninguna que respondiera al enigma que acababa de tener lugar. Seguì mirando por la ventanilla buscando el micro o quizàs buscando una prueba que me ayudara a fundamentar que no estaba loca, pero no la encontrè.
No sè por què sucediò aquello esa mañana. No tengo explicaciòn alguna. Y doy fe que ese micro existiò en ese momento y que todo eso fue real. Muchos buscan respuestas en la existencia de otras dimensiones, en el mundo de las ànimas, en lo paranormal, en aquello que no tiene lugar en nuestra razòn, sòlo en la fe que podemos colocar en ello. Ustedes podràn darle la explicaciòn que mejor crean conveniente. A mi me gusta pensar que quizàs fue Dios, y que aquel micro fue mi salvaciòn de algo que no me hubiera gustado atravesar o de algo que no debìa atravesar, no ese dìa, no a esa hora, no en ese instante.

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