Mañana, por primera vez luego de las extensas vacaciones, miles de guardapolvos saldràn a la calle luego de estar arrinconados colgando de una percha en el fondo del placard... Miles, menos el mìo. Este seguirà durmiendo largamente hasta que un nuevo jardìn me abra sus puertas y asì volver a cobrar vida..... y asì llenarse otra vez de abrazos pequeños y tibios, de pegotes, manchas, tiza, masa.......
Mañana, cientos de trenes imaginarios volveràn a partir llenos de canciones y risas...... Cientos, menos el mìo. Este seguirà estacionado en el andèn esperando que un nuevo jardìn le preste sus vìas para volver a correr alegre y lleno de vida.
Mañana, muchos jardines abriràn sus puertas a caras nuevas que con sonrisas y otras con làgrimas y pucheros por tener que soltar la mano de papà y mamà, entraràn para vivir tantas horas inolvidables.... Muchos, menos el mìo. El jardìn que me abrigò durante tantos inviernos y me dejò llevarme tantos besos, sonrisas y caricias, cerrò sus puertas para siempre y vivirà sòlo en nuestros recuerdos, en los recuerdos de aquellos que juntos tantos momentos hermosos pudimos compartir.
Mañana, tantos comenzaràn un nuevo ciclo, un nuevo año, un nuevo empezar....... Tantos, menos yo.
domingo, 28 de febrero de 2010
Relato de un suceso inexplicable
Nunca fui una persona a la que le sucedieron grandes cosas en la vida, o que lleva en su haber històrico cientos de momentos apasionantes, excitantes, alocados o que merecen la pena recordarlos para presumir ante los demàs, pero este suceso en particular fue uno de los pocos que quedaron grabados en mi memoria con lujo de detalles y extrema claridad tal como si ayer hubiera ocurrido, por su gran rareza y su falta de fundamentos a la hora de justificarlo racionalmente. Y debo decir que aunque lo que lean a continuaciòn suene a inventos de una persona con escasos jugadores en su plantel, lo que contarè es una historia historia verìdica.
Invierno. Siete y cuarto de la mañana. Clima complicado por una lluvia casi torrencial. Estaba yo en la esquina de mi casa un dìa de la semana, no recuerdo exactamente cuàl, esperando el dichoso colectivo que se hacìa rogar como casi todas las mañanas, sòlo que en esa en particular, su llegada era indispensable para no morir estampada en algùn lugar a causa de los embates del viento casi huracanado y la copiosa lluvia que no cesaba. En esa època estaba cursando la escuela secundaria. Ustedes se preguntaràn, ¿Y con semejante clima se arriesgò a salir y no sòlo eso, sino a salir para ir a la escuela? Sì señores, asì era yo. Mi extremo compromiso con el estudio era tal que mi familia me apodò Sarmiento. Eran escasas las faltas en mi cuaderno de comunicaciones, y la razòn..... No la sè. Siempre fui una persona extraña y esa era una de mis peculiaridades. En medio de la oscuridad invernal no percibìa señales de vida alguna, los pasajeros que normalmente encontraba en mis viajes matutinos habìan desertado temporalmente. Una tenue luz proveniente del foco ubicado en el cruce de las cuatro esquinas iluminaba la garita en la que me encontraba, a pesar de sus movimientos oscilantes. La cortina de agua cambiaba de direcciòn constantemente y mis pies empezaron a dejar de estar secos. Analizando la situaciòn en la que me encontraba, la duda comenzò a hacer su trabajo haciendo tambalear mi desiciòn de asistir a clases ese dìa. Fue justo en ese momento que vi la luz salvadora, los focos que iluminaron mi figura cada vez con màs potencia y màs cercanìa. Intentè acercarme lo màs posible al borde de la vereda, dudando que el conductor me viera si me quedaba donde estaba, hasta se me cruzò por la mente que quizàs el chofer pensarìa que estaba loca intentando ir al colegio bajo esas condiciones. Pero al acercarse el vehìculo pude distinguir, cuando casi se encontraba delante de mi narìz, que no era el anhelado colectivo sino un micro escolar. Di unos pasos hacia atràs pensando hasta cuando deberìa esperar, y casi a punto de decidir regresar a casa, cuando algo inesperado sucediò que me tomò totalmente por sorpresa, el micro escolar se detuvo y frente a mi se abriò la puerta de ascenso. Un hombre entrado en años iba al volante con su mujer y su hija, tambièn vestida con uniforme de colegio (no sè si eran familiares pero a mi se me cruzò esa idea al ver a los tres juntos). El resto del micro estaba vacìo y eso se podìa ver a simple vista gracias a su iluminaciòn interior y a la gran oscuridad exterior. El hombre preguntò en voz alta què colectivo estaba esperando, y al mencionarle el nùmero y la letra correspondiente, me notificò con toda seguridad que esa lìnea no estaba funcionando en su recorrido habitual debido a las calles anegadas. Al oìr aquel comentario ya habia decidido mentalmente que regresarìa a casa, pero inmediatamente aquel hombre se ofreciò para alcanzarme hasta la pròxima parada, ubicada dos cuadras màs adelante, donde pasaba otra lìnea que tenìa el mismo destino que el anterior. No me pregunten por què, pero sin vacilar subì los tres escalones y detràs sentì como la puerta se cerraba nuevamente. En ese preciso momento me vinieron a la mente miles de recomendaciones de esas que oìs de tus padres cuando te dan la libertad de viajar solo, un miedo incontrolable se apoderò de mi y realmente dudè por mi seguridad, imaginando millones de finales atroces para aquella historia que acababa de comenzar con una simple decisiòn errada. Secuestro, desapariciòn, violaciòn, tràfico ilegal de òrganos, prostituciòn obligada por medio de drogas, y otras tantas frases y palabras se me cruzaban en el pensamiento a modo de titulares como habitualmente se oìan en noticieros o se leìan en los diarios. Mientras tanto el hombre comentaba a modo de pronosticador còmo seguirìa la tormenta en las pròximas horas y enumeraba todas las zonas inundadas hasta el momento. Por el rabillo del ojo detectè que su mujer me observada de arriba a abajo con detenimiento y sin expresiòn alguna en su rostro. El corazòn latìa a mil por hora y sentìa que sòlo la correa del bolso que llevaba cruzada sobre el pecho lo retenìa en su lugar. Faltaba media cuadra para cumplir las dos que aquel hombre habìa prometido transportarme, y comencè a acercarme a la puerta nuevamente hacièndole ver que ya no necesitaba de su caridad y evidenciando mis ganas de salir de allì cuanto antes. Al llegar a la esquina el vehìculo se frenò, gracias a Dios, pero la puerta seguìa cerraba hermèticamente. Me di vuelta dando las gracias con un saludo distanciado de la mano al conductor y las dos pasajeras y una sonrisa temblorosa en los labios. Me devolvieron la sonrisa, el saludo y la recomendaciòn de venir directamente a esta esquina la pròxima vez que lloviera con tal magnitud. El mejor sonido que podrìa haber escuchado en toda mi vida por fìn llegò, y a su vez la puerta se abriò de par en par dàndome la salida de aquel infierno que habìa tenido lugar en mi mente. Bajè ràpidamente los tres escalones y saltè a la vereda sintiendo còmo el corazòn volvìa a su ritmo habitual. A una cuadra de distancia venìa el colectivo que tanto habìa esperado, por el camino que aquel hombre me habìa asegurado que no pasarìa. Inconscientemente me di vuelta, como si intentara desafiar con la mirada al conductor del micro escolar, esperando una respuesta lògica para su afirmaciòn anterior, y que seguramente habìa estado viendo al colectivo acercarse detràs de èl por el espejo retrovisor y aùn asì habìa tenido el descaro al bajarme de decirme que recordara el recorrido de la lìnea en dìas como aquel; pero para mi gran sorpresa el micro escolar del que hacìa un minuto o menos habìa descendido ya no estaba. Mirè en todas direcciones, era imposible que se alejara tanto en tan pocos segundos. No quedaba ni rastro del mismo, como si todo hubiera sido un mal sueño. La ùnica prueba de que aquel micro con sus tres ocupantes habìan existido en algùn momento fue mi traslado de una esquina a otra dos calles màs arriba.
Tomè el colectivo, ahora el que deberìa haber tomado en un principio, saquè el boleto con millones de ideas revoloteàndome en la cabeza, y ninguna que respondiera al enigma que acababa de tener lugar. Seguì mirando por la ventanilla buscando el micro o quizàs buscando una prueba que me ayudara a fundamentar que no estaba loca, pero no la encontrè.
No sè por què sucediò aquello esa mañana. No tengo explicaciòn alguna. Y doy fe que ese micro existiò en ese momento y que todo eso fue real. Muchos buscan respuestas en la existencia de otras dimensiones, en el mundo de las ànimas, en lo paranormal, en aquello que no tiene lugar en nuestra razòn, sòlo en la fe que podemos colocar en ello. Ustedes podràn darle la explicaciòn que mejor crean conveniente. A mi me gusta pensar que quizàs fue Dios, y que aquel micro fue mi salvaciòn de algo que no me hubiera gustado atravesar o de algo que no debìa atravesar, no ese dìa, no a esa hora, no en ese instante.
Invierno. Siete y cuarto de la mañana. Clima complicado por una lluvia casi torrencial. Estaba yo en la esquina de mi casa un dìa de la semana, no recuerdo exactamente cuàl, esperando el dichoso colectivo que se hacìa rogar como casi todas las mañanas, sòlo que en esa en particular, su llegada era indispensable para no morir estampada en algùn lugar a causa de los embates del viento casi huracanado y la copiosa lluvia que no cesaba. En esa època estaba cursando la escuela secundaria. Ustedes se preguntaràn, ¿Y con semejante clima se arriesgò a salir y no sòlo eso, sino a salir para ir a la escuela? Sì señores, asì era yo. Mi extremo compromiso con el estudio era tal que mi familia me apodò Sarmiento. Eran escasas las faltas en mi cuaderno de comunicaciones, y la razòn..... No la sè. Siempre fui una persona extraña y esa era una de mis peculiaridades. En medio de la oscuridad invernal no percibìa señales de vida alguna, los pasajeros que normalmente encontraba en mis viajes matutinos habìan desertado temporalmente. Una tenue luz proveniente del foco ubicado en el cruce de las cuatro esquinas iluminaba la garita en la que me encontraba, a pesar de sus movimientos oscilantes. La cortina de agua cambiaba de direcciòn constantemente y mis pies empezaron a dejar de estar secos. Analizando la situaciòn en la que me encontraba, la duda comenzò a hacer su trabajo haciendo tambalear mi desiciòn de asistir a clases ese dìa. Fue justo en ese momento que vi la luz salvadora, los focos que iluminaron mi figura cada vez con màs potencia y màs cercanìa. Intentè acercarme lo màs posible al borde de la vereda, dudando que el conductor me viera si me quedaba donde estaba, hasta se me cruzò por la mente que quizàs el chofer pensarìa que estaba loca intentando ir al colegio bajo esas condiciones. Pero al acercarse el vehìculo pude distinguir, cuando casi se encontraba delante de mi narìz, que no era el anhelado colectivo sino un micro escolar. Di unos pasos hacia atràs pensando hasta cuando deberìa esperar, y casi a punto de decidir regresar a casa, cuando algo inesperado sucediò que me tomò totalmente por sorpresa, el micro escolar se detuvo y frente a mi se abriò la puerta de ascenso. Un hombre entrado en años iba al volante con su mujer y su hija, tambièn vestida con uniforme de colegio (no sè si eran familiares pero a mi se me cruzò esa idea al ver a los tres juntos). El resto del micro estaba vacìo y eso se podìa ver a simple vista gracias a su iluminaciòn interior y a la gran oscuridad exterior. El hombre preguntò en voz alta què colectivo estaba esperando, y al mencionarle el nùmero y la letra correspondiente, me notificò con toda seguridad que esa lìnea no estaba funcionando en su recorrido habitual debido a las calles anegadas. Al oìr aquel comentario ya habia decidido mentalmente que regresarìa a casa, pero inmediatamente aquel hombre se ofreciò para alcanzarme hasta la pròxima parada, ubicada dos cuadras màs adelante, donde pasaba otra lìnea que tenìa el mismo destino que el anterior. No me pregunten por què, pero sin vacilar subì los tres escalones y detràs sentì como la puerta se cerraba nuevamente. En ese preciso momento me vinieron a la mente miles de recomendaciones de esas que oìs de tus padres cuando te dan la libertad de viajar solo, un miedo incontrolable se apoderò de mi y realmente dudè por mi seguridad, imaginando millones de finales atroces para aquella historia que acababa de comenzar con una simple decisiòn errada. Secuestro, desapariciòn, violaciòn, tràfico ilegal de òrganos, prostituciòn obligada por medio de drogas, y otras tantas frases y palabras se me cruzaban en el pensamiento a modo de titulares como habitualmente se oìan en noticieros o se leìan en los diarios. Mientras tanto el hombre comentaba a modo de pronosticador còmo seguirìa la tormenta en las pròximas horas y enumeraba todas las zonas inundadas hasta el momento. Por el rabillo del ojo detectè que su mujer me observada de arriba a abajo con detenimiento y sin expresiòn alguna en su rostro. El corazòn latìa a mil por hora y sentìa que sòlo la correa del bolso que llevaba cruzada sobre el pecho lo retenìa en su lugar. Faltaba media cuadra para cumplir las dos que aquel hombre habìa prometido transportarme, y comencè a acercarme a la puerta nuevamente hacièndole ver que ya no necesitaba de su caridad y evidenciando mis ganas de salir de allì cuanto antes. Al llegar a la esquina el vehìculo se frenò, gracias a Dios, pero la puerta seguìa cerraba hermèticamente. Me di vuelta dando las gracias con un saludo distanciado de la mano al conductor y las dos pasajeras y una sonrisa temblorosa en los labios. Me devolvieron la sonrisa, el saludo y la recomendaciòn de venir directamente a esta esquina la pròxima vez que lloviera con tal magnitud. El mejor sonido que podrìa haber escuchado en toda mi vida por fìn llegò, y a su vez la puerta se abriò de par en par dàndome la salida de aquel infierno que habìa tenido lugar en mi mente. Bajè ràpidamente los tres escalones y saltè a la vereda sintiendo còmo el corazòn volvìa a su ritmo habitual. A una cuadra de distancia venìa el colectivo que tanto habìa esperado, por el camino que aquel hombre me habìa asegurado que no pasarìa. Inconscientemente me di vuelta, como si intentara desafiar con la mirada al conductor del micro escolar, esperando una respuesta lògica para su afirmaciòn anterior, y que seguramente habìa estado viendo al colectivo acercarse detràs de èl por el espejo retrovisor y aùn asì habìa tenido el descaro al bajarme de decirme que recordara el recorrido de la lìnea en dìas como aquel; pero para mi gran sorpresa el micro escolar del que hacìa un minuto o menos habìa descendido ya no estaba. Mirè en todas direcciones, era imposible que se alejara tanto en tan pocos segundos. No quedaba ni rastro del mismo, como si todo hubiera sido un mal sueño. La ùnica prueba de que aquel micro con sus tres ocupantes habìan existido en algùn momento fue mi traslado de una esquina a otra dos calles màs arriba.
Tomè el colectivo, ahora el que deberìa haber tomado en un principio, saquè el boleto con millones de ideas revoloteàndome en la cabeza, y ninguna que respondiera al enigma que acababa de tener lugar. Seguì mirando por la ventanilla buscando el micro o quizàs buscando una prueba que me ayudara a fundamentar que no estaba loca, pero no la encontrè.
No sè por què sucediò aquello esa mañana. No tengo explicaciòn alguna. Y doy fe que ese micro existiò en ese momento y que todo eso fue real. Muchos buscan respuestas en la existencia de otras dimensiones, en el mundo de las ànimas, en lo paranormal, en aquello que no tiene lugar en nuestra razòn, sòlo en la fe que podemos colocar en ello. Ustedes podràn darle la explicaciòn que mejor crean conveniente. A mi me gusta pensar que quizàs fue Dios, y que aquel micro fue mi salvaciòn de algo que no me hubiera gustado atravesar o de algo que no debìa atravesar, no ese dìa, no a esa hora, no en ese instante.
lunes, 22 de febrero de 2010
Un fugaz encuentro con la fatalidad
Una noche de verano, mientras vacacionàbamos en la Costa Atlàntica, mi hermana, mi tìa y yo observàbamos entretenidamente y con gran interès aquella gigantesca rueda de metal colorida ubicada en un recinto de juegos y entretenimientos, la cual giraba y saltaba sin parar arrastrando de forma circular en su interior a jòvenes aventureros (y algunos que no lo eran tanto) con enormes sonrisas y ruidosas manifestaciones de alegrìa. Parecìan estar disfrutàndolo realmente, sobre todo, aquellos que desafiaban la gravedad y la inmunidad a los mareos, exhibiendo peligrosos y osados pasos de baile en el centro captando la atenciòn de todos los que pasaban por la calle.
Anteriormente, habìa partipado en varias ocasiones de aquel divertimento popular, y lo habìa disfrutado realmente recibiendo una gran dosis de adrenalina, necesaria cada tanto. Hasta recordè que en una ocasiòn tuve la suerte de encontrar dinero al salir.
La tentaciòn al ver aquella imagen fue creciendo hasta que en un instante se cruzaron nuestras miradas y supimos lo que harìamos a continuaciòn: subir al samba.
La interminable fila ante la boleterìa del juego nos entusiasmaba cada vez màs con la travesìa que emprenderìamos y la impaciencia se hacìa notar.
Finalmente llegò nuestro turno. Nos acomodamos las tres juntas sobre la rueda tapizada y nos aferramos al barral que se extendìa a nuestras espaldas con ambos brazos. Intentè pegar el cuerpo al asiento lo màs posible y mis pies dejaron de tener apoyo en el suelo. Abajo, entre la multitud mis padres saludaban efusivamente y sacaban fotos para recordar aquello como si se tratase de algùn gran acontecimiento. Ràpidamente la gente fue llenando el asiento hasta que no quedò un solo lugar y por fin aseguraron la pequeña compuerta. Las luces de colores se movìan sobre nuestras cabezas y la mùsica elevada nos predisponìa a pasar la experiencia con màs entusiasmo. El operador de la màquina accionò el mecanismo y comencè a sentir una pequeña brisa en la cara producto del inicio de un suave giro. Nos miramos sonrientes y nuestra pequeña vista comenzò a ampliarse a un giro de 360 grados en forma continua y cada vez màs veloz. Todo iba bien, nada de ese singular juego parecìa estar fuera de los paràmetros normales hasta que el operador pareciò sufrir un brote de locura asesina......
La rueda empezò a sacudirse ferozmente y nuestros rostros respondieron cambiando la sonrisa por una lìnea de preocupaciòn. La gente que reìa a carcajadas ahora gritaba desaforadamente al igual que yo pero al parecer nuestros sonidos no comunicaban exactamente lo mismo, ellos gritaban por la euforia del momento y yo por un miedo aterrador. Jamàs habìa experimentado tal sacudida en toda mi vida, poco a poco sentì como mis manos empezaron a ceder ante el barral. Intentè decirle a mi hermana que estaba resbalàndome pero entre el griterìo y la mùsica no pudo entenderme, lo mismo sucediò con mi tìa, reìan y gritaban alegremente al unìsono mientras yo perdìa fuerzas en las brazos. De pronto el maniàtico de la palanca detuvo la rueda de forma inclinada estando nosotras en la curvatura de la parte superior. Ahora no sentìa el asiento porque estaba totalmente colgada del barral y los empellones de la rueda me golpeaban contra el tapizado. En ese momento un loco de remate no tuvo la mejor idea que demostrar su valentìa dirigièndose al centro y provocar aùn màs al lunàtico de la palanca que con sus movimientos querìa derribarlo a toda costa. Gritaba suplicando que detuvieran la tortura con las primeras làgrimas de pànico en lo ojos mirando hacia abajo y calculando a cual de todos los que estaban sentados al otro lado del cìrculo aplastarìa en cuanto cayera y cuantos huesos rotos costarìa.
Cuando quede suspendida en el aire sostenièndome con un solo brazo a punto de ceder mi hermana tomò conciencia del asunto y mi tìa comenzò a patalear y a gritar haciendo señas al que estaba en el cubìculo para que detuviera el juego mientras el tipo totalmente enceguecido continuaba ensañado con el diestro bailarìn a prueba de sacudones. Finalmente lograron captar su atenciòn o quizàs haya desviado su mirada hacia la desgracia que estaba a punto de ocurrir. Nivelò la rueda en forma horizontal y con sus ùltimas vueltas leves dejò descansar al gigante. Apresuradamente quise bajar en cuanto quitaron el seguro a la pequeña abertura abrièndome paso a codazos entre la gente alegre que comentaba la gran experiencia y el bailarìn que hacìa alarde de su triunfo nuevamente.
A partir de esa noche jurè que jamàs volverìa a subirme otra vez advirtiendo a mi familia totalmente incrèdula de que ese juego es totalmente peligroso. Ahora lo miro de lejos disfrutando de forma segura còmo el resto pone en riesgo su vida, esperando atentamente alguna desgracia, que hasta el dìa de hoy jamàs he visto. Comienzo a sospechar que la ùnica desgracia que existe es la que me acompaña a mi de sol a sombra de forma inseparable, y temo porque algùn dìa llegue a comprobar que mi teorìa sea cierta.
Anteriormente, habìa partipado en varias ocasiones de aquel divertimento popular, y lo habìa disfrutado realmente recibiendo una gran dosis de adrenalina, necesaria cada tanto. Hasta recordè que en una ocasiòn tuve la suerte de encontrar dinero al salir.
La tentaciòn al ver aquella imagen fue creciendo hasta que en un instante se cruzaron nuestras miradas y supimos lo que harìamos a continuaciòn: subir al samba.
La interminable fila ante la boleterìa del juego nos entusiasmaba cada vez màs con la travesìa que emprenderìamos y la impaciencia se hacìa notar.
Finalmente llegò nuestro turno. Nos acomodamos las tres juntas sobre la rueda tapizada y nos aferramos al barral que se extendìa a nuestras espaldas con ambos brazos. Intentè pegar el cuerpo al asiento lo màs posible y mis pies dejaron de tener apoyo en el suelo. Abajo, entre la multitud mis padres saludaban efusivamente y sacaban fotos para recordar aquello como si se tratase de algùn gran acontecimiento. Ràpidamente la gente fue llenando el asiento hasta que no quedò un solo lugar y por fin aseguraron la pequeña compuerta. Las luces de colores se movìan sobre nuestras cabezas y la mùsica elevada nos predisponìa a pasar la experiencia con màs entusiasmo. El operador de la màquina accionò el mecanismo y comencè a sentir una pequeña brisa en la cara producto del inicio de un suave giro. Nos miramos sonrientes y nuestra pequeña vista comenzò a ampliarse a un giro de 360 grados en forma continua y cada vez màs veloz. Todo iba bien, nada de ese singular juego parecìa estar fuera de los paràmetros normales hasta que el operador pareciò sufrir un brote de locura asesina......
La rueda empezò a sacudirse ferozmente y nuestros rostros respondieron cambiando la sonrisa por una lìnea de preocupaciòn. La gente que reìa a carcajadas ahora gritaba desaforadamente al igual que yo pero al parecer nuestros sonidos no comunicaban exactamente lo mismo, ellos gritaban por la euforia del momento y yo por un miedo aterrador. Jamàs habìa experimentado tal sacudida en toda mi vida, poco a poco sentì como mis manos empezaron a ceder ante el barral. Intentè decirle a mi hermana que estaba resbalàndome pero entre el griterìo y la mùsica no pudo entenderme, lo mismo sucediò con mi tìa, reìan y gritaban alegremente al unìsono mientras yo perdìa fuerzas en las brazos. De pronto el maniàtico de la palanca detuvo la rueda de forma inclinada estando nosotras en la curvatura de la parte superior. Ahora no sentìa el asiento porque estaba totalmente colgada del barral y los empellones de la rueda me golpeaban contra el tapizado. En ese momento un loco de remate no tuvo la mejor idea que demostrar su valentìa dirigièndose al centro y provocar aùn màs al lunàtico de la palanca que con sus movimientos querìa derribarlo a toda costa. Gritaba suplicando que detuvieran la tortura con las primeras làgrimas de pànico en lo ojos mirando hacia abajo y calculando a cual de todos los que estaban sentados al otro lado del cìrculo aplastarìa en cuanto cayera y cuantos huesos rotos costarìa.
Cuando quede suspendida en el aire sostenièndome con un solo brazo a punto de ceder mi hermana tomò conciencia del asunto y mi tìa comenzò a patalear y a gritar haciendo señas al que estaba en el cubìculo para que detuviera el juego mientras el tipo totalmente enceguecido continuaba ensañado con el diestro bailarìn a prueba de sacudones. Finalmente lograron captar su atenciòn o quizàs haya desviado su mirada hacia la desgracia que estaba a punto de ocurrir. Nivelò la rueda en forma horizontal y con sus ùltimas vueltas leves dejò descansar al gigante. Apresuradamente quise bajar en cuanto quitaron el seguro a la pequeña abertura abrièndome paso a codazos entre la gente alegre que comentaba la gran experiencia y el bailarìn que hacìa alarde de su triunfo nuevamente.
A partir de esa noche jurè que jamàs volverìa a subirme otra vez advirtiendo a mi familia totalmente incrèdula de que ese juego es totalmente peligroso. Ahora lo miro de lejos disfrutando de forma segura còmo el resto pone en riesgo su vida, esperando atentamente alguna desgracia, que hasta el dìa de hoy jamàs he visto. Comienzo a sospechar que la ùnica desgracia que existe es la que me acompaña a mi de sol a sombra de forma inseparable, y temo porque algùn dìa llegue a comprobar que mi teorìa sea cierta.
jueves, 18 de febrero de 2010
Ciber cita de terror
¿Quièn no ha pasado alguna vez en su vida por la experiencia de haber tenido un encuentro con un perfecto extraño conocido a travès del mundo virtual? Yo no he sido la excepciòn a la regla, sobre todo porque para una persona de poco contacto social y severo grado de timidez, la posibilidad de cruzarse con gente nueva sin atravesar por el diàlogo cara a cara, es demasiado tentadora. Miles de mujeres y hombres en las mismas condiciones que yo ademàs de solteros empedernidos, piratas con anillo al dedo, ninfòmanas, pùberes poseìdos por sus cambios hormonales, personas acomplejadas, etc, etc, etc, rondan cada dìa en busca de alguien que los acepte y obtener la tan preciada salida que buscan ya sea para romper con su rutinaria soledad, para encontrar al amor de sus vidas demasiado escondido en algùn lugar, para anexar un nuevo amigo/a a su lista personal o para pasar un momento agradable y fugaz. No es que me queje de mi suerte en este campo, he tenido excelentes experiencias con personas que han marcado mi vida a fuego y que he conocido a travès de la web, pero este caso que expondrè en el dìa de hoy, no serà precisamente la mejor salida que he tenido.
Ahi estaba yo en alguna sala de chat, algùn domingo interminable o quizàs un viernes o sàbado a la noche sin un programa mejor, tratando de matar el tiempo buscando conversaciòn con alguien que tampoco tuviera nada que hacer. Ahì mismo estaba èl, y fue el momento nefasto en que nuestros caminos se cruzaron, por desgracia. Bohemio y artista por naturaleza, el ciberchico en cuestiòn parecìa interesante, conocedor del arte en profundidad y eligiendo correctamente los temas y las palabras para no aburrirme con la charla, me ayudò a que el reloj corriera sin darme cuenta. Por supuesto, lo agreguè a mi MSN, y mantenìamos conversaciones del mismo tipo que la inicial con mucha frecuencia, por no decir casi a diario. Observando detenidamente su foto, la cual lo hacìa ver de forma "aceptable", y siendo residente de una zona cercana a mi domicilio, a medida que transcurrìan las semanas me hacìan pensar que esta oportunidad era quizàs una de las mejores que tendrìa de conocer a alguien afìn y compatible con mi forma de ser.
Luego de unas semanas, llegò por fìn, la gran propuesta: ese encuentro que nos llevarìa a vernos cara a cara, esa salida en la que seguramente nos acompañarìa alguna agradable charla como la que siempre compartìamos y por què no, quizàs la posibilidad de que esa fuera la primer cita, pero no la ùltima. Para tal encuentro le ofrecì mi nùmero de telèfono pero instantàneamente me propuso que arreglàramos directamente ahì, en lìnea, y aceptè sin pensarlo demasiado.
Acordamos salir una tarde de verano cualquiera tomar algo y por supuesto tomando las precauciones necesarias, elegimos un lugar cèntrico y bastante transitado.
Pude reconocerlo de lejos a medida que iba acercàndome luciendo igual que su foto que llevaba grabada en la memoria luego de haberla recorrido con la vista tantas veces a lo largo de semanas. Se veìa bien, vestido con ropa informal pero adecuada a una primer salida, y habìa tomado la precauciòn de llegar minutos antes para no hacerme esperar, y por su actitud caballerosa ya tenìa un par de puntos màs acumulados. Nos saludamos. Me preguntò si conocìa una cafeterìa, y al asentir, me preguntò si me parecìa bien que fuèsemos allì a tomar algo. Caminamos despacio. A gusto y sin nervios estaba disfrutando de su compañìa tal como habìa sucedido en las semanas anteriores, pero al oìrlo hablar notaba algo extraño en su voz, mejor dicho en su forma de pronunciar ciertas frases, hacièndolo lentamente y casi como eligiendo las palabras que utilizarìa para expresarse. A medida que empezaron a transcurrir los minutos sentì que monopolizaba la conversaciòn, aunque me vi forzada a seguir hacièndolo ya que el ciberchico se limitaba introducir monosìlabos o frases cortas que sonaban extrañas a mis oìdos. Algunas veces no entendìa lo que decìa y en un momento lleguè a pensar que estaba volvièndome sorda, pero luego comprendì que no era yo la del problema.
Mis oìdos estaban perfectamente bien, asì como la de todos los asistentes de esa tarde a la cafeterìa que cada tanto miraban de reojo al oìr al chico que estaba frente a mi en la mesa. Al parecer sufrìa de algùn trastorno en el habla, y su pronunciaciòn de algunas palabras salìa distorsionada, sobre todo aquellas en las que predominaba el sonido de la R, que suplantaba por una L seguida de un sonido raro que no pude llegar a definir. Rogaba que atendieran nuestro pedido cuanto antes, tratando de seguir hablando aceleradamente y sin dejar espacio para que acotara nada. Cuando cada tanto lo dejaba participar en el diàlogo (que casi era un monòlogo) sus palabras parecìan resonar justo en la parte defectuosa de una forma elevada, pero luego no supe si era realmente asì o sòlo efecto de mi imaginaciòn. Sintiendo la mirada curiosa de los demàs en nosotros, lleguè al final de mi cafè con la cara casi pegada a la mesa y totalmente encogida en la silla.
Finalmente salimos del lugar. Me despedì en la puerta con una sonrisa forzada acompañada de un dudoso "gracias, la pasè bien", pero mi torturador no quiso dar por terminada la cita allì sino en la parada del colectivo a unas cuadras de distancia. Ahora su extremada caballerosidad me fastidiaba en absoluto. Y su puntaje, mejor no hablar, a esas alturas era seguramente ya con signo negativo por delante y lo esperaba un "game over" màs grande que una marquesina de teatro de revista al contemplar la posibilidad de un volvernos a ver.
Caminando lo màs ràpido que pude, argumentando que llegarìa tarde a un compromiso inexistente, pude deshacerme de èl bajo la mentira piadosa de un "seguimos en contacto". Al llegar a casa lo eliminè finalmente de mis permitidos, y no fue sòlo por haberme hecho pasar un mal rato hacièndome sentir incòmoda o porque discrimine a gente con dificultades, sino por haberme mentido u ocultado algo que era realmente importante siendo que yo habìa sido totalmente sincera.
Ahora recuerdo la historia e inevitablemente una sonrisa se dibuja en mi cara..... pero tambièn me pregunto ¿hasta cuando me acompañarà la mala suerte?
Ahi estaba yo en alguna sala de chat, algùn domingo interminable o quizàs un viernes o sàbado a la noche sin un programa mejor, tratando de matar el tiempo buscando conversaciòn con alguien que tampoco tuviera nada que hacer. Ahì mismo estaba èl, y fue el momento nefasto en que nuestros caminos se cruzaron, por desgracia. Bohemio y artista por naturaleza, el ciberchico en cuestiòn parecìa interesante, conocedor del arte en profundidad y eligiendo correctamente los temas y las palabras para no aburrirme con la charla, me ayudò a que el reloj corriera sin darme cuenta. Por supuesto, lo agreguè a mi MSN, y mantenìamos conversaciones del mismo tipo que la inicial con mucha frecuencia, por no decir casi a diario. Observando detenidamente su foto, la cual lo hacìa ver de forma "aceptable", y siendo residente de una zona cercana a mi domicilio, a medida que transcurrìan las semanas me hacìan pensar que esta oportunidad era quizàs una de las mejores que tendrìa de conocer a alguien afìn y compatible con mi forma de ser.
Luego de unas semanas, llegò por fìn, la gran propuesta: ese encuentro que nos llevarìa a vernos cara a cara, esa salida en la que seguramente nos acompañarìa alguna agradable charla como la que siempre compartìamos y por què no, quizàs la posibilidad de que esa fuera la primer cita, pero no la ùltima. Para tal encuentro le ofrecì mi nùmero de telèfono pero instantàneamente me propuso que arreglàramos directamente ahì, en lìnea, y aceptè sin pensarlo demasiado.
Acordamos salir una tarde de verano cualquiera tomar algo y por supuesto tomando las precauciones necesarias, elegimos un lugar cèntrico y bastante transitado.
Pude reconocerlo de lejos a medida que iba acercàndome luciendo igual que su foto que llevaba grabada en la memoria luego de haberla recorrido con la vista tantas veces a lo largo de semanas. Se veìa bien, vestido con ropa informal pero adecuada a una primer salida, y habìa tomado la precauciòn de llegar minutos antes para no hacerme esperar, y por su actitud caballerosa ya tenìa un par de puntos màs acumulados. Nos saludamos. Me preguntò si conocìa una cafeterìa, y al asentir, me preguntò si me parecìa bien que fuèsemos allì a tomar algo. Caminamos despacio. A gusto y sin nervios estaba disfrutando de su compañìa tal como habìa sucedido en las semanas anteriores, pero al oìrlo hablar notaba algo extraño en su voz, mejor dicho en su forma de pronunciar ciertas frases, hacièndolo lentamente y casi como eligiendo las palabras que utilizarìa para expresarse. A medida que empezaron a transcurrir los minutos sentì que monopolizaba la conversaciòn, aunque me vi forzada a seguir hacièndolo ya que el ciberchico se limitaba introducir monosìlabos o frases cortas que sonaban extrañas a mis oìdos. Algunas veces no entendìa lo que decìa y en un momento lleguè a pensar que estaba volvièndome sorda, pero luego comprendì que no era yo la del problema.
Mis oìdos estaban perfectamente bien, asì como la de todos los asistentes de esa tarde a la cafeterìa que cada tanto miraban de reojo al oìr al chico que estaba frente a mi en la mesa. Al parecer sufrìa de algùn trastorno en el habla, y su pronunciaciòn de algunas palabras salìa distorsionada, sobre todo aquellas en las que predominaba el sonido de la R, que suplantaba por una L seguida de un sonido raro que no pude llegar a definir. Rogaba que atendieran nuestro pedido cuanto antes, tratando de seguir hablando aceleradamente y sin dejar espacio para que acotara nada. Cuando cada tanto lo dejaba participar en el diàlogo (que casi era un monòlogo) sus palabras parecìan resonar justo en la parte defectuosa de una forma elevada, pero luego no supe si era realmente asì o sòlo efecto de mi imaginaciòn. Sintiendo la mirada curiosa de los demàs en nosotros, lleguè al final de mi cafè con la cara casi pegada a la mesa y totalmente encogida en la silla.
Finalmente salimos del lugar. Me despedì en la puerta con una sonrisa forzada acompañada de un dudoso "gracias, la pasè bien", pero mi torturador no quiso dar por terminada la cita allì sino en la parada del colectivo a unas cuadras de distancia. Ahora su extremada caballerosidad me fastidiaba en absoluto. Y su puntaje, mejor no hablar, a esas alturas era seguramente ya con signo negativo por delante y lo esperaba un "game over" màs grande que una marquesina de teatro de revista al contemplar la posibilidad de un volvernos a ver.
Caminando lo màs ràpido que pude, argumentando que llegarìa tarde a un compromiso inexistente, pude deshacerme de èl bajo la mentira piadosa de un "seguimos en contacto". Al llegar a casa lo eliminè finalmente de mis permitidos, y no fue sòlo por haberme hecho pasar un mal rato hacièndome sentir incòmoda o porque discrimine a gente con dificultades, sino por haberme mentido u ocultado algo que era realmente importante siendo que yo habìa sido totalmente sincera.
Ahora recuerdo la historia e inevitablemente una sonrisa se dibuja en mi cara..... pero tambièn me pregunto ¿hasta cuando me acompañarà la mala suerte?
martes, 16 de febrero de 2010
Libros, libros y màs libros
Sinceramente confieso que no sè el motivo por el cual comencè a desarrollar verdadero interès por la lectura. ¿Habrà sido porque me costò tanto esfuerzo y tiempo aprender a leer y ahora el beneficio debìa exprimirlo al màximo? ¿O quizàs una respuesta psicològica extraña ante una situaciòn en un inicio casi traumàtica? ¿O mi escaso contacto social y retraimiento me sumergiò al mundo de las palabras en una forma diferente? No tengo respuestas para todas estas preguntas pero sì puedo decir que a partir de ese momento, los libros se convirtieron en el objeto de mi mayor adoraciòn.
No recuerdo todos los tìtulos que leì a lo largo de mi vida, pero sè que fueron demasiados, comenzando con mi primer historia llamada "Mujercitas" de Luisa May Alcott que ahora guardo en mi biblioteca como una reliquia, aunque sus hojas hayan perdido su tono original y cambiado por uno amarillento y la dedicatoria amorosa de mi abuela escrita de puño y letra sobre la primera pàgina se vea algo borrosa.
Cada uno de ellos encierra un pequeño mundo. Personajes maravillosos que tomaron forma en mi mente alguna vez, que despertaron en mí sentimientos, que arrancaron suspiros con sus frases, que me sorprendieron con sus hazañas o me obligaron a derramar làgrimas de tristeza junto a ellos.
No cualquier persona me soporta a la hora de realizar la compra literaria, mayormente elijo ir sola. Podrìa pasar horas encerrada en una librerìa, escogiendo meticulosamente cuàl serà mi pròxima aventura y quiènes me acompañaràn.
Mis gustos varìan segùn mi estado de ànimo, no tengo un gènero definido...... he leìdo desde novelas de amores imposibles hecho realidad hasta historias retorcidas y sangrientas como las del maestro del terror Stephen King. Pero si me preguntan cuàl de todas las que he leìdo es realmente la que merece estar en el primer puesto, debo decir que sòlo hay una historia que se lleva todos mis aplausos: la saga "Crepùsculo" de Stephenie Meyer.
A pesar de que mi interès por la historia fue a partir de ver la primer pelìcula (que por cierto deja mucho que desear), fue atrapàndome a medida que seguì la saga con los libros posteriores al primero. En tres semanas terminè de leerla dejàndome un sentimiento nostàlgico porque mi gran obsesiòn habìa llegado a su fin. Por supuesto soy una de las tantas fans que piden al cielo que la escritora vuelva a inspirarse y la continùe, es casi como una droga, no, me retracto, es una droga.
Si aùn no la han leìdo, se las recomiendo, no se arrepentiràn, tiene la justa medida de cada cosa, como una ensalada con los condimentos perfectos. Y aunque las secuelas por la obsesiòn vampìrica pueden ser graves vale la pena correr el riesgo.
No recuerdo todos los tìtulos que leì a lo largo de mi vida, pero sè que fueron demasiados, comenzando con mi primer historia llamada "Mujercitas" de Luisa May Alcott que ahora guardo en mi biblioteca como una reliquia, aunque sus hojas hayan perdido su tono original y cambiado por uno amarillento y la dedicatoria amorosa de mi abuela escrita de puño y letra sobre la primera pàgina se vea algo borrosa.
Cada uno de ellos encierra un pequeño mundo. Personajes maravillosos que tomaron forma en mi mente alguna vez, que despertaron en mí sentimientos, que arrancaron suspiros con sus frases, que me sorprendieron con sus hazañas o me obligaron a derramar làgrimas de tristeza junto a ellos.
No cualquier persona me soporta a la hora de realizar la compra literaria, mayormente elijo ir sola. Podrìa pasar horas encerrada en una librerìa, escogiendo meticulosamente cuàl serà mi pròxima aventura y quiènes me acompañaràn.
Mis gustos varìan segùn mi estado de ànimo, no tengo un gènero definido...... he leìdo desde novelas de amores imposibles hecho realidad hasta historias retorcidas y sangrientas como las del maestro del terror Stephen King. Pero si me preguntan cuàl de todas las que he leìdo es realmente la que merece estar en el primer puesto, debo decir que sòlo hay una historia que se lleva todos mis aplausos: la saga "Crepùsculo" de Stephenie Meyer.
A pesar de que mi interès por la historia fue a partir de ver la primer pelìcula (que por cierto deja mucho que desear), fue atrapàndome a medida que seguì la saga con los libros posteriores al primero. En tres semanas terminè de leerla dejàndome un sentimiento nostàlgico porque mi gran obsesiòn habìa llegado a su fin. Por supuesto soy una de las tantas fans que piden al cielo que la escritora vuelva a inspirarse y la continùe, es casi como una droga, no, me retracto, es una droga.
Si aùn no la han leìdo, se las recomiendo, no se arrepentiràn, tiene la justa medida de cada cosa, como una ensalada con los condimentos perfectos. Y aunque las secuelas por la obsesiòn vampìrica pueden ser graves vale la pena correr el riesgo.
domingo, 14 de febrero de 2010
Pasiòn por la palabra escrita
Allà por el año 1987, me encontraba ingresando al primer grado de una escuela estatal. Todo era nuevo y el nerviosismo de los primeros dìas se hacìa notar al observar decenas de guardapolvos recièn estrenados de un blanco impecable portadores de rostros totalmente desconocidos. El Preescolar por esos años, por supuesto, no era el mismo que podemos encontrar en el presente, su paso por el mismo te dejaba igual de preparado para la siguiente etapa de estudio, que si no lo hubieras atravesado. No comprendìa por què debìa dejar mi pequeña bolsa a cuadros celeste y blanca a la que tan bien me habìa amoldado junto a mi taza y mantel de tantas ricas meriendas, por ese gran armatoste mejor conocido como mochila, que pesaba como mil demonios, repleto de extraños ùtiles que nunca antes habìa necesitado utilizar. Para colmo de males, como no podìa ser de otra manera en mì, tuve la suerte de ingresar al grado con la maestra màs histèrica, exasperante, gritona y menopaùsica de toda la escuela. El resto de mis veintinueve compañeros eran los niños màs malcriados, llorones, traviesos, insoportables y menos estimulados cognitivamente que podrìa haber tenido la escuela. Imaginen por un segundo que da por resultado la suma de todos esos elementos; en pocas palabras: estaba en el mismìsimo infierno. A medida que el tiempo transcurrìa los alumnos comenzaban a avanzar estimulados por el contacto con lo que la maestra con poca amabilidad nos enseñaba, todos menos yo. Para mì el mundo de las letras continuaba siendo un verdadero e indescrifrable enigma, no distinguìa unas de otras ni tampoco sus valores sonoros y mucho menos iba a poder avanzar en el aprendizaje con la presiòn de la maestra que sentìa constantemente cerca, como perro rabioso gruñendo sobre tu pierna a punto de hincar los colmillos. La situaciòn continuò asì hasta un dìa en el que la maestra, cansada de agotar todos sus recursos conmigo, comprobò nuevamente a travès de una lectura màs que floja, que aùn me faltaba mucho camino por recorrer y gritando a voz en cuello notificò a toda la escuela y vecinos aledaños que debìa ¡practicar, practicar y practicar! Creo que los niños casi sintieron pena por mi, miraban como me arrinconaba cada vez màs en la silla derramando làgrimas silenciosas y observando al culpable de todos mis pesares abierto de par en par, lleno de garabatos incomprensibles dispuestos como hileras de hormigas apretujadas.
Desde lejos, a la salida de ese mismo dìa, pude ver còmo la maestra gesticulaba nerviosamente moviendo boca y brazos delante de mi madre que simultàneamente negaba con la cabeza todo el tiempo y me observaba con esa cara que yo conocìa tan bien y que significaba "en casa vamos a tener que hablar".
Los dìas se volvieron insoportables. En la escuela soportando el tedioso concierto de gritos de la maestra y en casa las interminables repeticiones del abecedario entero con cuaderno y làpiz en mano.
A lo largo de la semana esos extraños signos fueron tomando forma, hacièndose cada vez màs comprensibles y fue asì como ràpidamente al finalizar esa misma semana ya habìa descifrado el còdigo que tanto me habìa torturado durante esos meses.
Con una enorme sonrisa en la cara pude triunfar sobre el ejèrcito de hormigas ahora conocidas que marchaban ordenadamente sobre las hojas del libro debajo de mi narìz. La maestra boquiabierta parecìa estar debatièndose entre si realmente habìa escuchado en forma correcta o si solamente habìa sido una alucinaciòn, pero al comprobar que todo era tan real por primera vez en todo el primer grado recibì su felicitaciòn y un enorme ¡muy bien diez! en el cuaderno por mi lectura.
Hoy esas pequeñas hormigas son mis màs grandes amigas, son el objeto de mi pasiòn, mi boleto a infinidad de lugares, mi manera de expresar lo que llevo en el corazòn, la màquina del tiempo que me conduce en la historia a esos pequeños acontecimientos que fueron marcando a la persona que hoy està sobre el teclado.
Desde lejos, a la salida de ese mismo dìa, pude ver còmo la maestra gesticulaba nerviosamente moviendo boca y brazos delante de mi madre que simultàneamente negaba con la cabeza todo el tiempo y me observaba con esa cara que yo conocìa tan bien y que significaba "en casa vamos a tener que hablar".
Los dìas se volvieron insoportables. En la escuela soportando el tedioso concierto de gritos de la maestra y en casa las interminables repeticiones del abecedario entero con cuaderno y làpiz en mano.
A lo largo de la semana esos extraños signos fueron tomando forma, hacièndose cada vez màs comprensibles y fue asì como ràpidamente al finalizar esa misma semana ya habìa descifrado el còdigo que tanto me habìa torturado durante esos meses.
Con una enorme sonrisa en la cara pude triunfar sobre el ejèrcito de hormigas ahora conocidas que marchaban ordenadamente sobre las hojas del libro debajo de mi narìz. La maestra boquiabierta parecìa estar debatièndose entre si realmente habìa escuchado en forma correcta o si solamente habìa sido una alucinaciòn, pero al comprobar que todo era tan real por primera vez en todo el primer grado recibì su felicitaciòn y un enorme ¡muy bien diez! en el cuaderno por mi lectura.
Hoy esas pequeñas hormigas son mis màs grandes amigas, son el objeto de mi pasiòn, mi boleto a infinidad de lugares, mi manera de expresar lo que llevo en el corazòn, la màquina del tiempo que me conduce en la historia a esos pequeños acontecimientos que fueron marcando a la persona que hoy està sobre el teclado.
sábado, 13 de febrero de 2010
Sed de victoria
A pesar de que siempre fui conformista, ya acostumbrada a ser la resagada en todos los aspectos de la vida, hubo un dìa en especial, un momento en el cual tuve la necesidad de sentirme ganadora.
Jamàs tuve afinidad por los deportes ni la actividad fìsica en general, podrìa considerarse que soy una de esas personas que literalmente "no corren ni el colectivo". Pero ese dìa en particular, durante la clase de educaciòn fìsica, allà por los años de la primaria, quise experimentar la adrenalina y la satisfacciòn de ser toda una vencedora y no la constante vencida.
Durante la clase estuvimos trabajando trote, ritmo, respiraciòn y demàs elementos caracterìsticos de un buen entrenamiento fìsico y la clase finalizarìa con una carrera de velocidad. Los alumnos puestos de a dos competìan a lo largo de carriles señalizados con soga y postes ubicados cada tanto. Mi contrincante era la chica màs larga y escuàlida del curso, pero una de las màs veloces. A medida que la fila avanzaba hacia la lìnea de salida, sentìa como el corazòn latìa desbocado en medio del pecho y en mi mente sòlo habìa espacio para una frase que se repetìa constantemente: hoy tenès que ganar. La mirada desafiante de mi compañera (o mi delirio por vencer asì me lo hacìa ver), me taladraba la vista una y otra vez. Finalmente llegò nuestro turno y la orden de salida resonò en nuestros oìdos. A pesar de que aconsejan que el secreto para ganar es mantener el ritmo y no comenzar con toda la fuerza para luego cansarse al final, hice caso omiso a la recomendaciòn y partì con la màxima velocidad que podìan soportar mis cortas piernas. A un lado, cabeza a cabeza, venìa ella flotando casi en el aire, seguramente manteniendo su propio ritmo como correspondìa. Aumentè mi velocidad casi ya al tope, y justo en ese momento tomè un poco de distancia dejàndola atràs. Consideràndome ya la ganadora estando tan cerca de la meta cometì el error màs grande: intentando calcular la distancia que tenìa de ventaja a simple vista, girè inconscientemente la mirada y en ese mismo instante sin percibirlo desviè mi rumbo hacia uno de los lados del carril tropezando torpemente con uno de los postes. Cayendo de rodillas y manos al suelo pude observar còmo mi compañera vencìa ya sin resistencia alguna. No habìa tomado conciencia del accidente ni pensè que hubiera sido tan grave hasta que todos mis compañeros y la profesora se acercaron velozmente hasta donde yacìa en el suelo. La decepciòn de la derrota fue dando lugar al terror en cuanto vì la sangre brotar de todas las heridas que me habìa hecho.
Luego de recibir los primeros auxilios notè que los daños no habìan pasado a mayores, sòlo unos cuantos raspones y un pantalòn inservible desde cuyos agujeros se podìan ver mis rodillas magulladas.
A partir de ese dìa soy casi feliz con lo que me tocò, el tìtulo de perdedora me lo he ganado en buena ley y conste que no es para cualquiera, los desafìo a que me lo quiten, les aseguro que no serà nada fàcil.
Jamàs tuve afinidad por los deportes ni la actividad fìsica en general, podrìa considerarse que soy una de esas personas que literalmente "no corren ni el colectivo". Pero ese dìa en particular, durante la clase de educaciòn fìsica, allà por los años de la primaria, quise experimentar la adrenalina y la satisfacciòn de ser toda una vencedora y no la constante vencida.
Durante la clase estuvimos trabajando trote, ritmo, respiraciòn y demàs elementos caracterìsticos de un buen entrenamiento fìsico y la clase finalizarìa con una carrera de velocidad. Los alumnos puestos de a dos competìan a lo largo de carriles señalizados con soga y postes ubicados cada tanto. Mi contrincante era la chica màs larga y escuàlida del curso, pero una de las màs veloces. A medida que la fila avanzaba hacia la lìnea de salida, sentìa como el corazòn latìa desbocado en medio del pecho y en mi mente sòlo habìa espacio para una frase que se repetìa constantemente: hoy tenès que ganar. La mirada desafiante de mi compañera (o mi delirio por vencer asì me lo hacìa ver), me taladraba la vista una y otra vez. Finalmente llegò nuestro turno y la orden de salida resonò en nuestros oìdos. A pesar de que aconsejan que el secreto para ganar es mantener el ritmo y no comenzar con toda la fuerza para luego cansarse al final, hice caso omiso a la recomendaciòn y partì con la màxima velocidad que podìan soportar mis cortas piernas. A un lado, cabeza a cabeza, venìa ella flotando casi en el aire, seguramente manteniendo su propio ritmo como correspondìa. Aumentè mi velocidad casi ya al tope, y justo en ese momento tomè un poco de distancia dejàndola atràs. Consideràndome ya la ganadora estando tan cerca de la meta cometì el error màs grande: intentando calcular la distancia que tenìa de ventaja a simple vista, girè inconscientemente la mirada y en ese mismo instante sin percibirlo desviè mi rumbo hacia uno de los lados del carril tropezando torpemente con uno de los postes. Cayendo de rodillas y manos al suelo pude observar còmo mi compañera vencìa ya sin resistencia alguna. No habìa tomado conciencia del accidente ni pensè que hubiera sido tan grave hasta que todos mis compañeros y la profesora se acercaron velozmente hasta donde yacìa en el suelo. La decepciòn de la derrota fue dando lugar al terror en cuanto vì la sangre brotar de todas las heridas que me habìa hecho.
Luego de recibir los primeros auxilios notè que los daños no habìan pasado a mayores, sòlo unos cuantos raspones y un pantalòn inservible desde cuyos agujeros se podìan ver mis rodillas magulladas.
A partir de ese dìa soy casi feliz con lo que me tocò, el tìtulo de perdedora me lo he ganado en buena ley y conste que no es para cualquiera, los desafìo a que me lo quiten, les aseguro que no serà nada fàcil.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)